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Tenemos 37 candidatos presidenciales en un país con cuatro exmandatarios presos

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El poder es visto como el botín y los electores están obligados a que alguno de ellos se lo lleve a los bolsillos.

  • El Perú está condenado a elegir en el gran bazar de la vanidad o el oportunismo políticos

Por: Mariano Arana Bazán

El Perú se encuentra, una vez más, al borde del esperpento plebiscitario. Las primarias han arrojado un número que solo cabe en la dimensión onírica de este país: 37 candidaturas presidenciales. ¡Treinta y siete! Este aquelarre cívico, lejos de ser prueba de una vitalidad plural, se revela como el síntoma más claro de nuestra patología política: la dispersión fatua, la vanidad sin anclaje y la irresponsabilidad programática.
El elector, perplejo y maltratado, se ve obligado a navegar un océano turbio de siglas y rostros, donde lo más difícil no es elegir, sino descartar la inmensa mayoría de lo irrelevante.
La prensa ha centrado el reflector en una minúscula avanzada, figuras que son arquetipos de nuestra frustración recurrente. El alcalde renunciante Rafael López Aliaga (Renovación Popular) mantiene una inestable primacía, cabalgando sobre el 10% de las preferencias. En cualquier democracia seria, este porcentaje sería una nota al pie, pero aquí es el pináculo de la victoria. Su discurso, mezcla de catolicismo beato y liberalismo de consigna, resuena en un sector que ansía una mano dura. No obstante, ese 10% escuálido es la evidencia de que una inmensa mayoría del 90% mira hacia otro lado, o peor aún, mira al vacío.
Pisándole los talones, encontramos a la incombustible Keiko Fujimori (Fuerza Popular), con un 7% del favor popular. La hija del exdictador, con tres intentos fallidos y una mochila judicial colosal, demuestra una resiliencia que, más que convicción, parece ser una fatalidad histórica. El fujimorismo no muere; se recicla, cual plástico tóxico en el ecosistema electoral.
Y luego, la sombra familiar. El ascenso sorprendente del abogado Mario Vizcarra, hermano del expresidente sentenciado, se posiciona también con un 7%. El apellido, antes sinónimo de impunidad e inestabilidad, es ahora un extraño fetiche, demostrando que en el Perú el parentesco político pesa más que cualquier currículum.
Otros nombres rondan el umbral: el exrector Alfonso López Chau (2.5%) y el sempiterno César Acuña (2.3%). Todos ellos representan, en conjunto, apenas una quinta parte de la ciudadanía.

EL GRAN ABISMO DEL 50%. La verdadera tragedia no está en quienes figuran, sino en la inmensa columna de la indecisión y el rechazo. Cerca del 50% de los electores responden No Sabe/No Opina o se inclinan por el voto blanco o viciado.
Esta cifra abrumadora no es apatía; es, en el análisis crudo, una declaración de repudio. Es el grito silencioso de una ciudadanía que no ve en esos 37 nombres más que una galería de la mediocridad, la sospecha o el simple desconocimiento. El Perú está harto, y su hartazgo se mide en ese medio millón de votos volátiles que serán la clave del desastre o la sorpresa en el balotaje de 2026.

La proliferación de más de tres docenas de aspirantes no es riqueza democrática; es la manifestación descarnada de una nación fragmentada, sin brújula. El Perú se ha convertido en un circo de muchas carpas, y el león, famélico y desorientado, está a punto de devorarnos a todos.

“El fujimorismo no muere; se recicla, cual plástico tóxico en el ecosistema electoral”.

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de abril de 2026 serán las elecciones generales.

Una posible segunda vuelta para la elección presidencial será el 7 de junio de 2026, según el cronograma del JNE.
En 2026, el 13 de marzo es el último día para resolver apelaciones sobre exclusión y tachas de candidatos.