En Otro Lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez
A ver: ¿Qué se celebra mañana martes, 31 de octubre? La verdad de la milanesa, Halloween, ¿verdad? ¿O me van a refutar que lo primero que se les vino a la memoria fue la canción criolla? “Never in the life, pichón”, como diría Tulio Loza enfundado en los cueros de “Camotillo”.
Resulta una lástima, pero hay que decirlo: hace rato que nuestra música pasó a un segundo plano ante la ruidosa parafernalia de La noche de las brujas, y solo los estoicos criollos, aquellos de pura cepa y que cada vez son menos, van a las peñas o clubes sociales, también en camino a la extinción, para echarse un pie al son de un valsecito de la guardia vieja.
Y, ciertamente, ya vieja es esta discusión sobre qué prefieren festejar los peruanos cada 31 de octubre. La respuesta está en las calles, tiendas, discotecas, chupódromos y centros comerciales, donde arañas, brujas, máscaras, disfraces de toda laya y calabazas dominan la escenografía, mientras los recovecos eventuales en los que se cultiva el Día de la Canción Criolla ponen velitas para que las sillas terminen por llenarse.
El resto del año, la música nuestra languidece al mediodía en un par de radios solo para acompañar el almuerzo. Asociamos criollismo con frejoles, cebiche, cau cau, carapulcra, sopa seca, etc., y no sabemos si eso es un mérito o un demérito, sin embargo, de buen gusto no es. (Por qué robarme quieren la fe del corazón…).
Este sombrío panorama se acentuará cuando ya no tengamos a Eva Ayllón, Bartola o Lucía de la Cruz. No existe renovación a la vista, precisamente, por este desdén a la promoción y sostenimiento de la música de bandera. (Y en mis palabras tan tristes mi voz es un ruego…).
Alguien dijo que los peruanos somos discípulos de la careta, de la máscara y que la autenticidad yace en el olvido. Halloween parece parte de la monstruosa realidad.