Los números no mienten. La encuestadora CPI en su último estudio constató el altísimo rechazo hacia la presidente Dina Boluarte, 70.6%; Congreso 87.6%; Ministerio Público 66.7%. Es más que evidente que el desprestigio profundo socava cualquier estabilidad en el Perú.
El gambito reciente de doña Dina Boluarte para zafarse de una renuncia que aceleraría las tan ansiadas elecciones generales y de poner dicha decisión en manos del Congreso, no parece muy sólido.
El Congreso y su imagen pública están por las patas de los caballos y sus integrantes suelen no reparar en la delicada arquitectura política que transitamos e insisten en reformas que ellos pretenden indispensables: reelección, Senado, etc.
¿Qué hay detrás de estas reformas? Hay que decirlo con voz bronca, a muchos legiferantes ya gustó la asistencia de tropas de secretarias, pelotones de asesores, choferes que los “doctorean” todo el día, protocolos de entrada y despedida, gastos pagados a cargo del presupuesto congresal, ingresos fijos cada fin de mes para pagar sus deudas.
Olvidan los parlamentarios que sus cargos son efímeros como idéntico el engreimiento que hace la prensa mediocre que les rodea hasta que sirvan y luego ¡si te vi, no me acuerdo!
Duro constatar que el bien individual y egoísta prima sobre los grandes destinos nacionales. El vuelo del gran colectivo Perú está en segundo o tercer orden para cierta gentuza que amén de su escasa cultura, son huérfanos de cualquier educación política.
El Congreso golpista y vacador que llegó a Palacio Legislativo el 2021, difícilmente podrá revertir la indecorosa ubicación de ser más mediocre que muchos de sus antecesores que ya eran bastante malos.
¿Por qué no ha renunciado Dina Boluarte aún?
Su dimisión aligeraría el camino a elecciones generales y el país se evita los pretextos de toda índole para no enviar a su casa a la mandataria y congresistas.
Sectores duros han llenado de temores a doña Dina. Que será enjuiciada por los casi 60 muertos en su breve y accidentado mandato, eso no hay cómo evitarlo.
Y los monos sabios siempre listos para “aconsejar” le musitaron que estar en el “poder” hasta el comicio, es la mejor garantía de un buen pacto conjunto. Elecciones a cambio de paz social.
Las calles siguen intranquilas y levantiscas. Condenemos sin ambages a los elementos violentistas que provocan destrucción de la propiedad privada y pública.
Hay una especie de masoquismo cuando se destruyen los bienes que paga el pueblo con sus tributos. La reposición de aquellos, nuevamente, tendrá que ser sufragada por los contribuyentes, por tanto, ¡costará el doble!
¿Destrozando una carretera, trayéndose abajo una garita, inutilizando semáforos, impidiendo el pase de alimentos del campo a la ciudad o quemando vehículos, se avanza en la conquista popular de algo?
¡Tengo la más firme impresión que esos caminos son equivocaciones fatales!
Privar a los turistas de gastar sus dólares en zonas de alta frecuencia en el país, es también un crimen absurdo. ¿Gana o pierde Perú? Cada turista aterrado o asustado, vuelto a su país, es un propagandista en contra.
Por falta de unidad en el comando, pareciera que ninguna de estas consideraciones ha estado ¡siquiera! pensada.
La violencia legal –y los mercenarios alquilables- están listos para justificar cualquier cosa, basta con comprarlos y hasta se ofrecen con la más absoluta desverguenza.
¿No vemos que hay quienes ven violentistas, senderistas, terroristas, debajo de cada piedra?
¿Y cómo es que la PNP no los ha capturado?
La vergüenza de detener a 193 personas en la Universidad San Marcos y, al día siguente, liberar a 192, representa una ridícula muestra de ineficiencia de la PNP. Entonces ¿no tenían a nadie identificado y no eran violentistas ni nada parecido?
El Ministerio Público y la polémica presidencia que conduce a esa institución tampoco se libra del rechazo popular. Se lo percibe como sesgado y en trabazón, su titular, con cierta gente poco recomendable.
Que la prensa concentrada regale loas, elogie según su conveniencia y propague la narrativa oficial, es una cosa.
Que el pueblo y el hombre y mujer de la calle piensen distinto. Otra.