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¿Tantas veces, Keiko?. Perfil de una candidata resistida que se va por el cuarto fracaso en las urnas

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El peso del apellido Fujimori, la rigidez psicológica y las sucesivas derrotas marcan el destino político de la lideresa naranja.

Por: Toto de la Torre Ugarte

Keiko Fujimori es, qué duda cabe, uno de los rostros más persistentes del escenario político contemporáneo. Tres veces candidata a la presidencia de la República del Perú (2011, 2016 y 2021) y tres veces derrotada en segunda vuelta, su imagen se ha convertido en sinónimo de resistencia, pero también de derrota. Cada elección parecía más favorable que la anterior en términos de estructura partidaria, millones de soles y visibilidad mediática. No obstante, el inevitable final fue siempre el mismo: la derrota.

Detrás de cada traspié se camufla un entramado complejo que va más allá de las cifras electorales. Keiko Fujimori no solo lleva el apellido de su padre —que se relaciona con el autogolpe de los años noventa—, sino también con una construcción personal y psicológica que le impide salir airosa en una elección presidencial.

La herencia del apellido Fujimori y el peso del pasado

Keiko Fujimori apareció en la política con un papel casi simbólico. Recordemos que fue la primera dama “improvisada” durante el régimen de su padre. Ese rol, huérfano de autonomía, la instaló en sociedad como un personaje heredero, dependiente del padre. Desde el punto de vista psicológico, su liderazgo se ha construido más sobre la lealtad al apellido del progenitor que sobre la innovación auténtica en la política peruana.

Esa narrativa de continuidad ha causado resistencia en una generación que relaciona el fujimorismo tanto con logros en seguridad y economía, como con corrupción y violaciones a los derechos humanos. En ese sentido, el apellido que la impulsa es también el lastre que la condena.

Factores psicológicos: La derrota como destino

En términos psicológicos, Keiko muestra patrones que pueden explicar su incapacidad para ganar una elección. El tono rígido de su discursivo refleja una fijación en repetir estrategias del pasado autoritario, incapaz de adaptarse a nuevas demandas sociales.

A ello se adhiere una autoimagen mesiánica: la idea de que solo ella puede “rescatar” al país. Este carácter, vinculado a la soberbia política, suele alejar a los electores dubitativos que buscan líderes cercanos y no redentores.

Asimismo, su carrera está determinada por un miedo al vacío personal. Keiko parece definirse únicamente como candidata presidencial; cada derrota profundiza su frustración política y la proyecta como obsesionada. El resultado es un liderazgo emocionalmente deteriorado, incapaz de conectar con las nuevas generaciones.

En síntesis, Keiko Fujimori representa la paradoja de la política peruana: una candidata con maquinaria partidaria, millones de soles de financiamiento, estructura nacional venida a menos y amplia experiencia en derrotas electorales y, además, sin la capacidad psicológica ni simbólica para convertirse en presidenta.

Nacida para perder no es una sentencia biológica, sino el reflejo de una personalidad política atrapada en su propio laberinto: el apellido Fujimori, la rigidez, la obsesión y la sombra de su padre. Su nombre seguirá apareciendo en las papeletas, pero su derrota parece inscrita, más que en los números, en la psicología de su liderazgo.

“A ello se adhiere una autoimagen mesiánica: la idea de que solo ella puede ‘rescatar’ al país”.

El dato

Keiko Fujimori afirmó que salió con Gabriel Calvo y que “está divorciado”, pero él respondió: “No por la ley”.

Hace poco su hermano, Kenji Fujimori, aseguró que en las elecciones venideras no apoyará a FP ni a su hermana.