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Machu Picchu y la odisea de comprar un boleto

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LA VENTA PRESENCIAL de entradas a Machu Picchu se ha convertido en una trampa para turistas, con colas interminables, precios inflados y un negocio paralelo que florece a costa del visitante

La escena se repite cada amanecer en Machu Picchu Pueblo. Mochileros somnolientos, parejas con gafas de sol de marca, jubilados norteamericanos con cámaras colgando al cuello y hasta familias cusqueñas con niños en brazos forman una serpenteante cola que, a simple vista, parece la procesión de un santo milagroso. Pero no. Están ahí para algo más prosaico: conseguir uno de los mil boletos presenciales que el Ministerio de Cultura (Mincul) pone a la venta cada día para entrar al santuario inca.
El peregrinaje empieza temprano. Quien no madruga, pierde. Los que llegan tarde saben que no hay magia que los salve: deberán quedarse una o dos noches más en el pueblo. Y es ahí donde empieza la otra historia. La del negocio paralelo, ese que algunos prefieren llamar “oportunidad” y que otros, más francos, describen como abuso.
Los precios de los hospedajes y restaurantes suben como la marea apenas huelen turistas varados. La habitación que ayer costaba 150 soles hoy se ofrece a 300. El menú turístico se infla sin rubor. Y si el visitante protesta, la respuesta es simple: “es temporada alta”.
El gerente regional de Turismo de Cusco, Rosendo Baca Palomino, lo dijo sin rodeos en una entrevista: “Algunos operadores turísticos, como ciertos hoteles y restaurantes, han incrementado sus precios hasta en un 100 %”.
La postal es tan predecible como irritante. Un grupo de argentinos revisa sus mochilas, calcula gastos y decide cambiar el plan: tomar el tren hasta la estación de Hidroeléctrica, luego un vehículo hasta Santa Teresa, y allí encontrar un cuarto más barato. Otros, menos aventureros, pagan la tarifa inflada y mastican su molestia junto con el desayuno.
Desde el 1 de agosto, el Mincul implantó un nuevo protocolo para la venta . Machu Picchu y la odisea de comprar un boleto de entradas. En teoría, la medida buscaba ordenar la demanda y evitar el caos en la plataforma virtual. En la práctica, las colas se han vuelto maratones humanas que duran hasta 12 horas. Los vendedores de café y panes al paso hacen su agosto —literalmente— y los turistas aguantan el sol, la lluvia oel frío, según la hora y el capricho  del clima andino.
La Cámara de Turismo de Cusco y 31 gremios más ya han levantado la voz. Su
exigencia es clara: eliminar la venta presencial obligatoria de esos mil boletos y migrar la totalidad de la comercialización a la plataforma virtual. No es un pedido nuevo, pero la burocracia, como se sabe, camina con la velocidad de una llama vieja. Mientras tanto, Machu Picchu sigue siendo ese imán planetario que atrae multitudes. Pero entre la postal soñada y la experiencia real hay un trecho que no aparece en los folletos: la espera interminable, la inflación repentina y la sensación de que
la “capital del turismo peruano” no termina de entender que maltratar al visitante es dispararse al pie. Porque el viajero que hoy se va molesto
es el mismo que, mañana, le contará al mundo entero que llegar a la maravilla inca es fácil… siempre y cuando esté dispuesto a pagar el doble y a hacer fila como en un concierto de rock.