La urgencia por decir: «Nosotros»
Por Vincenzo Cavero

La cancelación de los eventos donde participarían Rafael Aita y Miklós Luckács en San Marcos ayer solo demuestra una cosa: la universidad de todos los peruanos adolece de lo que su discurso hegemónico demanda, es decir, tolerancia, diversidad e inclusión. Peor aun, se demuestra que no hay lugar para el debate público ni para la participación ciudadana, ambas, condiciones de posibilidad de alguna democracia. Si aceptamos la bella sinécdoque de que San Marcos es el Perú, entonces el síntoma es mortal: no hay voluntad de un nosotros, salvo uno parido por la violencia más obceca y unilateral o por el gremio de los que sienten igual (ahora se dice «siento que […]», en lugar de «pienso que […]»). Lamentablemente no es sorpresa que la política y lo político en San Marcos solo hablen las lenguas de las izquierdas. Allí el alfa y el omega del espacio público y el sancta santorum de las consciencias. Los demás, los disidentes, terminarán en el gulag del silencio o del oprobio. Y lo peligroso para nuestra vida en común, o si quiera para la posibilidad de nuestra integración, reside en la inhibición de los individuos para pensar fuera de esas coordenadas semánticas e ideológicas de los discursos que, en su mayoría, constituyen la vida inteligible del Perú contemporáneo, ¿esto suena conocido, pero en contra de las construcciones sociales de lo que se denomina en su conjunto general como derecha? Bueno, bien se dice que uno hiere como ha sido herido y en San Marcos, como casi en todos los espacios, los “oprimidos” no son mejor que sus “opresores”. Lo risible es que entre los individuos desorganizados del conjunto general de estudiantes y San Marcos, o el Estado, no media más que las relaciones más superfluas, es decir, las administrativas. Sin embargo, respecto a la censura del evento organizado por el grupo de estudios «Mano invisible»…, el director de la Escuela de Filosofía, Dante Dávila, el decano de la Facultad de Letras, Marcel Velázquez, y el Tercio Estudiantil de Letras respondieron como si la consciencia de todo el cuerpo universitario estuviera socializada por esos cuantos desde el poder de sus cargos estatales. Todo esto, como diría Durkheim, «constituye una verdadera monstruosidad social».