Clody Genaro Guillén Albán
Sociólogo
Máster en Intervención Social
Tras haber supervisado a 7,500 colegios de nivel primario en todo el Perú, la Defensoría del Pueblo informó recientemente que, entre los años 2022 y 2023, más de 46,000 niños y niñas abandonaron el sistema educativo; según la Defensoría, son 38,759 estudiantes peruanos y 7,322 estudiantes extranjeros los que abandonaron la escuela.
Si bien las razones del abandono de la escuela se encuentran en el bajo rendimiento que tienen los niños y niñas y en el desinterés que muestran los padres y madres por la educación de sus hijos e hijas, lo cierto es que cuando un niño o niña es desescolarizado pierde las oportunidades de lograr aprendizajes y se le priva de un proyecto de vida que a futuro los integre a la sociedad y la economía en condiciones decentes.
Debido a que, en condiciones normales, los niños y niñas pasan gran parte del día en la escuela, ésta -junto con la familia- es uno de los principales espacios donde se produce su socialización y donde, además, se les prepara para la vida adulta productiva, tanto en términos económicos como culturales; por ello, la desescolarización no deja de ser preocupante, ya que ella aumenta la presencia de niños y niñas en la calle, haciendo de ésta su principal espacio de socialización y volviendo a los actores de la calle sus referentes adultos y de pares, lo que -aunque no es una determinante- contribuye a su inadaptación social y, junto a ello, a la generación de anomia y «patologías sociales» como el consumo de drogas, la explotación sexual infantil, la vida en calle o el sicariato adolescente.
De acuerdo con esto, la socialización en la calle es un fenómeno que se torna cada vez más preocupante, no tanto por las cifras sino por los efectos que ésta tiene en los niños y niñas, quienes al adoptar la cultura de la calle se insertan en un proceso de «callejización» del que difícilmente podrán salir.
La socialización en la calle de niños y niñas más que un tema de moda es un problema social que está desbordándose y, por ello, debe preocupar al Estado y a la Sociedad en general y, debido a que afecta no sólo a los niños y niñas y a sus familias sino a toda la sociedad, evidencia nuestro retroceso social y compromete nuestro futuro.