En Otro Lenguaje
Por Jaime Asián Domínguez (*)
“La religión es el opio del pueblo”, escribió Karl Marx. Filosofía comunista pura, como bien sabemos. El escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano paró su pelota y corrigió sobre lo escrito: “El fútbol es el opio del pueblo. En estos días andamos todos drogados por el fútbol, qué cosa tan impresionante y fantástica”. Y los peruanos estamos en ese trance, volando bajo e intoxicados de rabia por la pobreza extrema que exhibe el equipo del “Cabezón” Juan Reynoso.
Quienes digan que el balompié no está ligado a las fibras más sensitivas y le restan incidencia en el comportamiento de un pueblo pelotero como el nuestro, simplemente son neófitos que ven las cosas con un catalejo empañado. El fútbol acarrea identidad nacional, orgullo (“cómo no te voy a querer, cómo no te voy a querer, si eres mi Perú querido, el país bendito que me vio nacer”), ¿o alguien me va a decir que ese último lugar, con un mísero punto y cero goles, no resulta vergonzoso y lacerante?
Y como con las emociones de la gente no se juega, la Blanquirroja no puede seguir jugando tan mal bajo las cavilaciones de un entrenador desubicado. Se impone el cambio, el punto de quiebre; de lo contrario, no clasificaremos así sean 20 los cupos para el Mundial 2026. Desde que asumió en reemplazo de Gareca, el aporte de Reynoso como estratega ha sido nulo y su comportamiento conflictivo, huraño atizó el divorcio con las tribunas.
¿Han visto la personalidad con que juega Uruguay? Y “es toda” de Marcelo Bielsa, como dirían los colegas deportivos. El “Loco” llegó, puso las cosas en su sitio, imprimió su sello y hasta mandó al olvido a históricos como Suárez y Cavani. O sea, influencia directa y efectiva del DT (ya le ganó a Brasil y Argentina), algo que no ocurre con Perú, lamentablemente.