En Otro Lenguaje
Por: Jaime Asián
Mientras la mayoría del Congreso de la República, sin tapujo alguno, solo se dedica a satisfacer sus apetitos personales o de bancada, como ocurre por ejemplo con el hachazo que busca perpetrar contra la Junta Nacional de Justicia para inmovilizarla, la delincuencia común -en todas sus modalidades- y el crimen organizado prosiguen en su vergel ante la mirada horrorizada de una población inerme.
En términos prácticos, ya no podemos hablar de un mapa del delito o de las zonas rojas porque todo el país, de cabo a rabo, está inundado por estas lacras y hace buen rato que la sangre llegó al río. La Policía, ciertamente, pone el pecho en medio de la escasez de recursos humanos y logísticos en que se mueve, pero una golondrina no hace verano; es decir, los flashes tras la captura de un raquetero no alcanzan porque la inseguridad constituye un dantesco problema y, por ende, demanda una solución mayor.
A propósito del embeleco del “plan Bukele”, el gobierno ha prometido el “plan Boluarte”, que supone, como soporte estratégico, la aplicación de las facultades otorgadas por el Legislativo, sin embargo, en el ínterin, por las calles de Lima y las regiones, corre harta bala y hasta bombas, como ocurrió en una discoteca de San Juan de Lurigancho, recordándonos que campea la extorsión, el sicariato y los ajustes de cuentas.
Si el Congreso juega su partido aparte -soslayando los intereses nacionales- y el gobierno no apura con liderazgo una política de Estado de emergencia contra la violencia enraizada en el Perú, sin “criminalizar con iniciáticas de contrabando el libre ejercicio profesional de periodistas y comunicadores”, como advirtió el decano nacional del Colegio de Periodistas, Ricardo Burgos, seguirá imperando la anarquía callejera para beneplácito de los delincuentes y criminales.
“La Policía, ciertamente, pone el pecho en medio de la escasez de recursos humanos y logísticos en que se mueve…”.
