En otro lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez

“Gestión por resultados” es una frase que transita por oficinas públicas, informes ministeriales o conferencias que nadie quiere escuchar. Sin embargo, debería aplicarse en todos los ámbitos de la vida. En teoría, esta metodología busca claridad: definir objetivos, medir avances con indicadores y tomar decisiones basadas en evidencias. En la práctica, en el sector público suele convertirse en un eco perdido entre la abulia, la dejadez y la burocracia que entrampa proyectos de utilidad para la población.
Lo cierto es que la gestión por resultados funciona. Exige compromiso, disciplina y, sobre todo, sinceridad con los hechos. Un amigo solía bromear diciendo que incluso en el amor debería aplicarse, porque “el amor también es una empresa”. Y razón no le faltaba: sin metas, sin lealtad, sin seguimiento y sin ajustes, nada prospera. “Que no te vendan amor sin espinas”, dice el gran Joaquín Sabina.
En el fútbol -ese territorio donde muchas veces las emociones nublan la objetividad- esta lógica también se impone. Alianza Lima acaba de darnos una muestra clara: cuando no se alcanzan los KPIs, hay que cortar por lo sano. El club íntimo no logró el título nacional (vio a Universitario pasarle por encima) y acaba de quedar fuera frente a Sporting Cristal en los playoffs. Con esos resultados, y sin el respaldo deportivo que justifique la inversión realizada, la decisión era inevitable: Chau Néstor Gorosito.
Puede sonar frío, pero así debería funcionar cualquier organización que quiera avanzar. Para empezar el año se necesitan ideas frescas, decisiones firmes y algo todavía más trascendental: un buen equipo humano. Porque la gestión por resultados no solo es una metodología, sino una actitud frente a la vida. Y en la cancha, como en el Estado -y como en el amor- los números siempre terminan hablando.
Y si eso es válido en el fútbol, mucho más debería serlo en el Estado. En un país asediado por el crimen, donde la inseguridad se multiplica y los responsables de combatirla acumulan fracasos sin ofrecer soluciones, la consecuencia lógica debería ser la misma: si no cumplen, que se vayan a su casa. La seguridad ciudadana no admite excusas ni procesos eternos; demanda resultados reales ahora mismo, no discursos vacíos ni presentaciones pomposas de choritos de la esquina.
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“Un amigo solía bromear diciendo que incluso en el amor debería aplicarse, porque ‘el amor también es una empresa’”.



