Por Ricardo Sánchez Serra
La igualdad y el respeto a los derechos esenciales de sus ciudadanos son, para los países democráticos, valores supremos. A ellos se suma la participación activa en la escena mundial y el respeto al orden internacional, pilares que sostienen la convivencia entre naciones. En ese escenario global, es menester tener presente todas las variables que lo conforman, sin exclusiones ni distorsiones.
Taiwán, cuyo nombre oficial es República de China, ha demostrado -a pesar de las dificultades externas- ser un firme defensor de la democracia y la libertad. Su vocación pacífica y su compromiso con los valores universales lo convierten en un actor clave y socio indispensable en la región del Indo-Pacífico, trabajando incansablemente por la paz, la estabilidad y la prosperidad global.
La contribución de Taiwán no es menor: se posiciona como la 21.ª economía más grande del mundo, líder en inteligencia artificial y semiconductores, produciendo más del 60 % de los chips globales y el 90 % de los más avanzados. Esta capacidad económica está impulsada por la innovación y el crecimiento en sectores estratégicos como la digitalización y la atención médica. Su diplomacia económica, centrada en cadenas de suministro “no rojas”, busca construir redes confiables y transparentes que protejan las industrias críticas ante posibles interferencias autoritarias.
Taiwán está decidido a defender los valores democráticos, tanto a nivel nacional como internacional. En ese espíritu, ha implementado el plan de acción de los “Cuatro Pilares de la Paz”, bajo el liderazgo de su presidente Lai Ching-te, quien ha reafirmado el compromiso de aumentar el presupuesto en defensa y fortalecer la resiliencia de toda la sociedad. Lejos de buscar el conflicto, Taiwán ha instado reiteradamente a Pekín a reanudar el diálogo bajo los principios de paridad y dignidad, en condiciones de igualdad y sin subordinación mutua.
En paralelo, su política exterior promueve la “Diplomacia Integrada”, que articula sus fortalezas diplomáticas, de defensa, tecnológicas y económicas. Con este enfoque de poder inteligente, Taiwán avanza con firmeza en medio de las complejas relaciones internacionales, elevando su presencia global y contribuyendo a un mundo más estable y próspero.
Sin embargo, a pesar de sus significativas contribuciones, Taiwán sigue excluido del sistema de las Naciones Unidas (ONU). Esta exclusión injusta se debe a la distorsión deliberada de la Resolución 2758 de la Asamblea General de la ONU por parte de China, que la vincula falsamente con su llamado “principio de una sola China”, utilizándola como herramienta política para bloquear la participación de Taiwán.
Es importante subrayar que dicha resolución no menciona a Taiwán en absoluto. Se limita a abordar la representación de China en la ONU, sin declarar que Taiwán forme parte de la República Popular China ni autorizarla a representar a Taiwán en el sistema de Naciones Unidas. No obstante, la ONU ha cedido ante presiones políticas, utilizando la resolución como pretexto para excluir a Taiwán de la comunidad internacional.
Taiwán, con dignidad y firmeza, se pronuncia contra esta injusticia y continúa ganando respaldo internacional. En foros bilaterales y multilaterales, como la cumbre del G7, se enfatiza cada vez más la importancia de la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán. Gobiernos y parlamentos de diversas naciones han aclarado públicamente que la Resolución 2758 no determina el estatus de Taiwán ni impide su participación en organismos internacionales, incluyendo el sistema de la ONU.
La exclusión de Taiwán no solo afecta a su pueblo, sino que priva a la ONU de contar con un socio invaluable. Su ausencia en reuniones, mecanismos y eventos vinculados a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) representa una pérdida para la humanidad. Estando muy cerca del 80.º aniversario de las Naciones Unidas y a solo cinco años de cumplir los ODS, se espera que la ONU actúe con coherencia, defendiendo la paz, la estabilidad y la seguridad en el Estrecho de Taiwán y sus regiones vecinas.
Creemos firmemente que ha llegado el momento de reconocer con justicia el lugar que le corresponde a Taiwán en el escenario mundial. Sus contribuciones son tangibles, su voluntad de cooperación es clara, y su compromiso con los valores universales es ejemplar. Taiwán merece el apoyo para su readmisión y participación significativa en la ONU, por parte de todos aquellos que defienden la paz, la justicia y la igualdad.
Como dijo Henry Kissinger: “La paz no se logra simplemente con buenas intenciones, sino con estructuras que la sostengan.”
Taiwán ha demostrado estar dispuesto y capacitado para formar parte de esas estructuras. Es tiempo de reconocer que, en la construcción de un mundo más justo, todos juntos somos mejores.