La crisis de identidad nacional en la juventud peruana refleja el abandono del orgullo patrio en tiempos de inmediatez y desinformación.
A puertas de otro aniversario de independencia, el Perú se viste de rojo y blanco, pero en muchos jóvenes no despierta ni orgullo ni emoción. Entre memes, desconfianza política y cultura globalizada, el amor a la patria parece haberse convertido en un símbolo pasado de moda.
Un desfile sin aplausos: ¿dónde quedó el amor al Perú?
Cada 28 de julio, mientras desfilan los militares en la avenida Brasil y los colegios izan banderas, miles de jóvenes miran con distancia y hasta con burla los gestos del tradicional orgullo patrio. Algunos lo reducen a una «pose falsa», otros lo asocian únicamente con la corrupción que ven a diario en las noticias o con un Estado que no les ofrece oportunidades.
«No me siento identificado con un país donde estudiar y trabajar no te asegura nada», comenta Joel, un estudiante universitario en Lima. Como él, muchos jóvenes sienten que amar al Perú es incompatible con cuestionarlo, y se sienten huérfanos de referentes honestos que los conecten con su historia y sus valores.
¿Culpa de las redes, del sistema o de la escuela?
La pérdida del orgullo patrio no es culpa de una sola generación, sino el resultado de años de abandono institucional. La escuela ha reducido el curso de Historia a fechas y memorias sueltas. Las celebraciones patrias se repiten como un ritual vacío. Y en redes sociales, la exaltación de modelos extranjeros borra las raíces andinas, afroperuanas, amazónicas y costeñas de nuestra identidad colectiva.
«Vivimos conectados, pero desconectados del país», resume Lucía, activista cultural de Ayacucho. “Nuestros jóvenes conocen mejor las series coreanas o los trends de TikTok que a Andrés Avelino Cáceres o la historia de María Elena Moyano”.
El orgullo no es ciego: es conciencia
Recuperar el orgullo patrio no significa negar los errores del Perú. Al contrario, implica conocerlos, enfrentarlos y superarlos con compromiso. La crítica política no debe ser enemiga del amor a la patria. Como diría Bolognesi, se trata de resistir «hasta quemar el último cartucho» para construir un país mejor.
El orgullo patrio puede encontrarse en quienes luchan cada día por sacar adelante a sus familias. En las ollas comunes, en los científicos que investigan con pocos recursos, en los artistas urbanos que llenan de color las calles grises, en las comunidades quechuas que enseñan el valor de la tierra. Ese Perú también es real, aunque no salga en la TV.
¿Qué podemos hacer?
- Conocer la historia viva, no solo las fechas. Visitar museos, ver documentales peruanos, leer a nuestros autores.
- Hablar quechua, aimara o cualquier lengua originaria con orgullo, no con vergüenza.
- Valorar la cultura local. Comer lo nuestro, cantar lo nuestro, apoyar el arte peruano.
- Exigir pero también construir. El cambio empieza por participar en lo que nos importa: desde una marcha hasta una feria barrial.
- Educar con emoción. Los colegios deben formar peruanos que amen su tierra, no solo estudiantes que repitan efemérides.
Que la patria no sea solo un feriado
Las nuevas generaciones pueden amar al Perú desde la verdad, no desde el mito. El orgullo patrio no es una obligación impuesta, sino una semilla que se cultiva con identidad, participación y memoria. Este 28 de julio, que no solo flamee la bandera: que también renazca el deseo de construir un país que valga la pena amar.
Quien olvida su patria, se olvida también de quién es.