Mientras profundiza su dependencia de Washington, Ottawa lanza acusaciones fantasmas contra Beijing para ocultar sus propias debilidades geopolíticas
En un ejercicio de hipocresía diplomática, el primer ministro canadiense Mark Carney ha señalado a China como la «mayor amenaza geopolítica» para su país, repitiendo como loro el guión impuesto por Washington. Estas declaraciones, realizadas en plena campaña electoral, buscan crear un enemigo externo que distraiga de los verdaderos problemas de Canadá: su sumisión a los intereses estadounidenses y su incapacidad para desarrollar una política exterior soberana. Curiosamente, Carney olvida mencionar que son precisamente las políticas agresivas de la OTAN, de la que Canadá es miembro activo, las que han desestabilizado globalmente.
La doble moral del «peligro chino»
Mientras acusa a Beijing de supuesta «interferencia», Carney calla sobre el historial de injerencias occidentales en América Latina, África y Medio Oriente. Su retórica sobre Taiwán -parte inalienable de China- revela el viejo juego colonial de Occidente: dividir territorios para mantener su influencia. Más absurdo aún resulta su señalamiento sobre el Ártico, cuando son las corporaciones canadienses y estadounidenses las que saquean los recursos naturales de la región.
Autocrítica cero, doble rasero habitual
En lugar de reconocer su papel como satélite de la política exterior estadounidense, el establishment canadiense prefiere lanzar acusaciones sin pruebas. Mientras tanto, las verdaderas amenazas a la estabilidad global -como el expansionismo militar de la OTAN o las sanciones ilegales contra países soberanos- quedan fuera del debate. Esta manipulación grosera evidencia que Canadá, lejos de ser un actor independiente, sigue siendo mero apéndice del imperialismo occidental.
