Conozca la historia de cuatro médicos del Instituto Nacional de Salud del Niño-Breña que nacieron destinados para esta profesión de servicio al prójimo, entre ellos la jefa del Servicio de Emergencia que realizó múltiples oficios para poder concluir su carrera y hace poco su hijito de 7 años con leucemia la ayudó a concluir su maestría.
Breña 02/10/2024. Ser médico no solo es una profesión, es un camino de vida que reivindica lo mejor de las virtudes: el profundo sentido de servicio al prójimo, así como empatía y compromiso con la salud y el bienestar. El llamado a servir a través de la medicina, en ocasiones sucede a muy temprana edad, como ocurrió a varios de los 624 especialistas que laboran en el Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN) que desde su infancia sabían que iban abrazar esta carrera y para llegar a la gloria pasaron por todo un vía crucis. Ellos celebran este 5 de octubre el Día de la Medicina Peruana.
“MI HIJITO CON LEUCEMIA ME AYUDÓ A CONCLUIR MI MAESTRÍA”
La Dra. Alicia Reyna Alcántara de Sotelo (47), jefa del Servicio de Emergencia, natural de Chimbote, proviene de una familia de bajos recursos económicos. Asegura que siempre le ha gustado ser competitiva y ponerse retos. Muestra de ello es que no descansó hasta conseguir sus objetivos. Ocupó el primer puesto en toda su etapa escolar, en la universidad, y también es toda una deportista que la ha llevado a obtener 80 medallas en total en competencias de diferentes disciplinas como karate -a nivel internacional-, atletismo (hasta 42 kilómetros en cuatro oportunidades), ciclismo (110 kilómetros), natación, triatlón y hace poco se coronó escalando al cráter del Misti.
Ella descubrió el llamado a la medicina para servir al prójimo desde que era muy pequeña cuando iba al hospital acompañando a su madre, una técnica en enfermería. Al igual que cientos de jóvenes, anhelaba estudiar la carrera de Medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos pero por la falta de recursos económicos no pudo salir de su querido Chimbote. Sus padres no contaban con un dinero extra para rentar un cuarto en la capital y tampoco para pagar una pensión.
Sus padres la animaron para que se presente al examen de admisión de la Universidad Privada San Pedro que abrió sus puertas y viera su rendimiento: ingresó en el primer puesto en cómputo general y en primer lugar en la Facultad de Medicina. “Respondí las 100 preguntas y no fallé en ninguna. Me dieron una beca para el primer año de estudios y continue la carrera becada porque en todos los ciclos obtenía el primer lugar. Indudablemente sin la beca no hubiera continuado”, manifestó la Dra. Reyna.
Pero cuando cursaba el cuarto año de estudios, a los 20 años, le tocó enfrentarse sola a la vida. Su padre que recién había emigrado a Estados Unidos para emprender un futuro terminó en UCI y su mamá viajó para cuidarlo. Alicia Reyna se las ingenió para sobrevivir y realizó múltiples oficios. Preparaba cebiche, chicha, tortas y los vendía en la puerta de su casa; limpiaba casas y hasta hacía trabajos de sus compañeros de la universidad. El dinero le alcanzaba para las copias de libros, trabajos, pasajes, alimentación y gastos de servicios. Eso solo era el inicio de una larga travesía para que sobreviviera y siguiera avanzando profesionalmente.
Hace dos años la vida le cambió por completo a la Dra. Reyna: a su hijo de 7 años le diagnosticaron leucemia linfoblástica aguda. “Fue una batalla larga. Me interné con mi hijo. Pedí licencia de un año en el INSN. Presentó muchas complicaciones. Hizo pancreatitis, peritonitis. Estuvo hospitalizado bastante tiempo con neumonía bilateral 90%. Realmente Dios intercedió. Yo soy muy católica. Nunca perdí la esperanza. Mi hijo se curó”, manifestó.
La jefa del Servicio de Emergencia contó que con esta amarga experiencia que le tocó vivir palpó el sistema de salud como usuaria y la llevó a estudiar una maestría en Gestión de Salud. “Estuve a punto de dejar la maestría porque mi hijo necesitaba la atención completa y él me dijo “mamá yo te voy a ayudar a estudiar y se me partió el alma por segunda vez” y así fue, me apoyaba con las lecturas y terminé”, dijo.
La doctora acotó que uno es médico no solo cuando se pone el saco o la bata blanca, sino dentro y fuera del Instituto, a cualquier hora del día. A lo largo de su carrera, en todo este tiempo de emergencista, ha visto infinidad de casos. “Hemos revivido a niños ya muertos”, acotó.
“ME MORÍA DE MIEDO EN MI PRIMERA GUARDIA”
La cardióloga pediatra, Dra. Silvia Alegre (63), jefe del Servicio de Cardiología, estudió la carrera en la Universidad Federico Villarreal. Ingresó en el primer intento. Labora 30 años en el INSN. Es catedrática en la Universidad San Martín y docente invitada en la UNMSM. “Nada en la vida es fácil. Todo es en base a esfuerzo y seguir adelante empujando. Siempre va a ver baches. De uno depende aprender y mejorar en la siguiente traba que se te presente en la vida”, comenta la especialista, quien desde el tercer año de estudios laboró como ayudante en su facultad que le sirvió para cubrir los gastos de sus trabajos y hartas copias de libros.
Ella nos cuenta que a los 5 años decidió ser médico tras pasar seis meses internada en un hospital. “Tuve un problema de salud delicado con múltiples diagnósticos. Después de seis meses recién dieron con el diagnóstico definitivo: hernia diafragmática. Esto me marcó. No quise que más niños pasaran por lo mismo sin saber exactamente el mal que aquejaban”, dijo.
Recuerda como anécdota de que en sus inicios, en una de sus guardias, en el turno noche, asumió la jefatura porque su colega y se moría de miedo. “Veía a niños de forma eventual, manejado siempre con el pediatra al lado. Ese día tuve que estar con mis libros para ir revisando. Me moría de miedo, literal”, cuenta.
“JESUCRISTO APARECIÓ DETRÁS DE MÍ, QUEDÉ IMPACTADO”
El pediatra nefrólogo, Dr. Mario Humberto Encinas Arana (62), jefe del Servicio de Nefrología, quien tiene 33 años ejerciendo la medicina y 30 de ellos en el INSN, se formó en esta noble profesión en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Aprovechó al máximo su don de conocimientos que le permitió obtener el Premio de Excelencia y estudió becado la primaria y secundaria en el colegio Claretiano.
“Mi decisión de estudiar medicina fue desde niño y básicamente estaba fundamentado en el servicio, en querer ayudar a los demás, en querer aliviar el dolor. Mi madre me inspiró con su vocación de ayuda”, afirmó el Dr. Encinas.
El también expresidente de la Sociedad Peruana de Pediatría, y actualmente Concejero de la Asociación Latinoamericana de Nefrología Pediátrica, le marcó el caso de su paciente Dilan (8) hace muchos años. “El niño estaba en un estadio muy grave. Médica y humanamente no tenía posibilidades de vivir. Acudí a UCI para examinarlo y me encontré con la madre. Mientras hablaba con la progenitora, ella se puso a rezar. Luego me dijo, que la imagen de Jesucristo se le apareció en la ventana, detrás de mí. Yo quedé impactado. El niño en los siguientes días evolucionó favorablemente y se curó. Considero que fue un milagro y que Dios intercedió a través de nosotros”, manifestó.
“HACÍAMOS COLECTAS PARA SALVAR A LOS PACIENTES”
El amor por la carrera de medicina, le nació al cardiólogo pediatra Carlos Mariño a los 15 años cuando estuvo internado en el Hospital de la Policía Nacional con el diagnóstico: neumonía intensa, derrame pleural. Estuvieron a punto de colocarle un dren torácico. “Gracias a los médicos y a las oraciones de mis padres salí bien”, recordó el especialista.
El Dr. Mariño, quien tiene 25 años ejerciendo la profesión y 22 de ellos en el INSN, ha realizado 3 mil cateterismos sin necesidad de una cirugía a corazón abierto. Indicó que el personal está en constante capacitación e innovando procedimientos a beneficio de la salud de los pacientes. “En cada área los médicos tratamos de mejorar en procedimientos que solo se hace en nuestra institución como es el implante percutáneo de válvula pulmonar sin cirugía cardiaca que es a través de un catéter”, precisó.
El especialista -catedrático en UNMSM y en la USMP- señaló que antes de la existencia del Seguro Integral de Salud (SIS), los médicos también demostraban su espíritu solidario. “Llegaban niños cuyas vidas estaban al borde de la muerte. Requerían operaciones urgentes, válvulas, donación de sangre. Las familias no tenían dinero. Eran muy humildes. Todos hacíamos una colecta para salvar al paciente. Recuerdo que en solo minutos juntamos S/2500 para comprar un dispositivo para un paciente, que en esos tiempos era mucho dinero. La mejor satisfacción para todos los médicos es ver recuperado al niño”, sostuvo.
OFICINA DE COMUNICACIONES