Este domingo, la Catedral de Lima recibió la visita del Grupo Católico «Milagro Eucarístico Perú 1649», al celebrarse el aniversario 375 de la primera aparición del Niño Jesús en la Hostia Consagrada en Ciudad Eten (Chiclayo).
En la Solemnidad de la Santísima Trinidad, Monseñor Carlos Castillo recordó que Dios es Uno y es comunidad. Por eso, todos estamos llamados a crecer en comunidad y superar el individualismo que nos impide compartir con los demás la maravilla de nuestra diversidad cultural.
El único acontecimiento eucarístico ocurrido en el Perú (Eten-Chiclayo) y América –con la presencia de nuestro Señor en la hostia– fue en el año 1649.
La primera aparición del Divino Niño del Milagro Eucarístico en Ciudad Eten, en la Hostia Consagrada, ocurrió el 2 de junio de 1649 –al promediar las 5:00 de la
tarde mientras se celebraba la víspera de la Fiesta de Corpus Christi. Apareció un niño vestido con túnica color granate, los cabellos eran rubios y llegaban cerca de los hombros. Ante la mirada atónita de padres franciscanos, allí estaba un
pequeño. “…Todo el pueblo repitió ¡Milagro! ¡Milagro!, tocaron las chirimías, clarín, trompetas y repicaron las campanas…”
El grupo Milagro Eucarístico Perú 1649 entregó al arzobispo Castillo un cuadro que representa dicha aparición, el mismo que será colocado en la capilla del Santísimo.
Monseñor Castillo, Arzobispo de Lima, inició su Homilía explicando que la Fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que «Dios es Uno y múltiple a la vez», y que todos hemos sido creados a su imagen y para ser semejante a Él desde nuestras diversas lenguas y maneras de ser, cada uno en su particularidad y personalidad. «Somos una sola humanidad dentro de la diversidad», agregó.
Este es, precisamente, el sentido de vivir en la misma unidad del Dios que es comunidad. Sin embargo, a veces, olvidamos esa diversidad que envuelve el misterio de la Trinidad y, sobre todo, la diversidad de nuestra Creación. «El endiosamiento del ser humano, es decir, el individualismo, es enemigo de la humanidad», advirtió el arzobispo.
La indiferencia y el individualismo no es cristiano porque no es divino. El ser humano ha sido creado a imagen de Dios y tenemos que aprender a desarrollar lo divino que hay en nosotros, que es la presencia del amor para comunicarnos que todos marchamos hacia Él, y para eso nos envía al Espíritu que está metido en nosotros: «para inspirarnos, para caminar juntos y preguntarle al Espíritu que vive en nosotros qué debo hacer o cómo debo actuar».
Antes de dar su bendición final, Monseñor Castillo hizo un llamado a continuar el camino sinodal de la Iglesia respetando nuestra riqueza y diversidad cultural, todos en una sola unidad como la Trinidad, de tal manera que «tenemos un lugar y nadie sobra en esa tierra porque todos somos indispensables».