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¡Líderes y atardeceres silenciados!

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Por: Herbet Mujica

Jefe de Investigación

Nueve de cada diez ciudadanos, preguntados acerca de su opinión en torno al Perú actual, respondería sin mayores variaciones: “así es nuestro país”, “¿qué vamos a hacer?”, “nos tocó esa mala suerte”. Pesar y desánimo, grisura y sin esperanza o luz, al comienzo y al final del túnel.
Si agregamos que 95% de los “líderes” actuales ostentan falencias e incapacidad en la exégesis, absoluta orfandad de honradez, IQ deficitario con qué emprender el vuelo de los grandes, pareciera que vamos, como en el tango: “cuesta abajo la rodada”.
Admitir realidades es el primer paso para alentar y planear las indispensables correcciones para transitar por las avenidas de vida y esperanza.
¿Qué diferencia al líder del adláter o seguidor común y corriente? Tengo la viva impresión que el adalid siempre sonríe, piensa y mira al horizonte. Hacer y organizar son columnas de su pensamiento y, sobre todo, es un ser ético que NO roba dinero o bienes ajenos y que tampoco estafa la fe del pueblo.
Los grandes capitanes, en el ámbito en que se desempeñen, como dirigentes o gerentes, carecen del “derecho” al pesimismo. Donde el ser común y silvestre identifica máculas, el dirigente ve estímulo y vigor, alegría constructora e ingenio atrevido.
Dato histórico es que delincuentes en la cosa pública, por generaciones, hayan forjado un Estado servil para con el mandato de los poderosos y obsecuente con quienes pagan sus impuestos para mantenerlo. La gran estafa contra la fe pública, es mostrada como “normal” por los miedos de comunicación que embrutecen al lector, televidente u oyente, vía los ríos de sangre que propagan durante las 24 horas del día y así en el decurso de meses y años.
¡NO es necesario ni condición ineluctable ROBAR para hacer política ni caminar por los derroteros culposos de la coima ni el conchabo que edifica asociaciones ilícitas para esquilmar al Estado!
Debe recordarse que aquél –el Estado- es una convención ciudadana, una herramienta para cualquier gobierno y que su definición torna fundamental para saber qué clase de Estado o Estado de qué clase queremos.
¿Es posible ser honrado en la cosa pública en Perú? ¿Qué dirían las sentencias administrativas enderezadas contra funcionarios burocráticos a lo largo y ancho del país? Pues, simple, ¡todo lo contrario!
Una simple revisión de las principales entidades estatales nos daría un dictamen abominable. Encontrar funcionarios honestos es casi una aventura porque o roban o dejan robar o se hacen de la vista gorda ante saqueos que malgastan el dinero del pueblo. Más fácil -dicen- es dejar las cosas como están porque ganan “alguito” y “nadie” dice algo o protesta. En buena cuenta, ser ratero o ladrón sí es rentable, en cambio ser ético, es contraproducente.
Al degradar la información, suministrarla a medias, con claroscuros inexplicables, los miedos de comunicación cumplen con su parte en el crimen masivo de propagar mentiras o verdades a medias que, a la postre, son lo mismo.
El pueblo de manera formal abomina del famosísimo “roba pero hace obra”, en público. Aunque consiente que eso es “necesario”. Hasta se elogia a los rateros que incurren en el saqueo pero que dejaron en placas de bronce, su nombre, fecha y organismo que hizo esta o aquella obra, etc. etc.
Y la monstruosidad del contrabando (robar=coimear) se aplica a la política. ¿Qué han hecho los adefesios que se llaman políticos, en la tribuna y luego en el mandato desde Palacio y el Congreso? ¡Todo lo contrario a lo que prometieron! Con una diferencia sensible: ¡ahora están dentro del aparato!
La fe pública resulta víctima sempiterna y saqueada. En el caso peruano desde el mismísimo 1821 de la independencia formal con medio país ocupado por los españoles y desde que llegaran los ibéricos y estafaran a Atahualpa en Cajamarca. El cuarto del rescate llenó sus confines, pero al rey inca le aplicaron el garrote y con eso terminó su vida.
El liderazgo auténtico requiere el mantenimiento perenne de conductas éticas tanto en la cosa pública, como partidaria o empresarial. La sonrisa, el optimismo constructor, el entusiasmo edificante que amalgame voluntades que griten al unísono por la conquista de sus ideales, una tarea imprescindible y a la que no pueden renunciar quienes deben estar a la cabeza y en la primera fila de la responsabilidad en la marcha por las calles, en el micrófono de la tribuna parlamentaria o en el Ejecutivo en Palacio.
¿Será una trágica constante, al cabo de años de apostolado, de no evadir los temas esenciales del drama, luciendo el coraje moral de estar contra los mandarines, tener, sin prensa adicta, un atardecer escéptico por el silenciamiento?

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