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Somos “El país de Nunca Jamás”

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EN OTRO LENGUAJE

Por Jaime Asián Domínguez
@jaimeasian

Por ratos parecemos a “El país de Nunca Jamás”. Nos explicamos. Ocurren cosas que solo se ven aquí, lejanas de la normalidad. Muchos niños no crecen, porque la anemia sigue en niveles alarmantes. Los que sí han engordado son los ‘Niños’ blindados del Congreso. El presupuesto de las ollas comunes a veces sólo es una cortina de humo. Somos la isla del ‘sálvese quien pueda’, comandada por la anarquía.
Y si en la historia de J.M. Barrie vemos terroríficos piratas, indios, sirenas y hadas, aquí, en Perú, también registramos filibusteros, saqueadores y forajidos que se han levantado en peso las arcas del Estado y hoy son investigados por organización criminal, tráfico de influencias, colusión, entre otros delitos. En verdad, tenemos una clase política discípula del mal ejemplo, putrefacta; con honrosas excepciones desde luego.
Y claro que además parecemos una selva, empezando por los “otorongos”, que a diario levantan polvo con escándalos reñidos con la ética y la moral. ¿Cómo así una congresista, que debe representar a sus electores, puede pasar cuatro meses afincada en EE.UU. ejerciendo sus funciones de manera virtual? Se pasó de “paloma”, como hablan los chicos de hoy. Y ni qué decir de los legisladores “mochasueldos”. Deberían cortarles las uñas con alicate.
La familia peruana ya quiere volar hasta el amanecer (para seguir en ritmo de “El país de Nunca Jamás”). Es decir, que de la insondable profundidad del desconcierto aflore una nueva camada de autoridades cuyo santo y seña sea el bienestar de esta tierra bendita que nos vio nacer. Es momento de quemarle la película a los trashumantes o aventureros que se visten de Caperucita Roja camuflando su pelaje de lobos.
Por supuesto que también somos la patria de Juan Pablo Varillas, Kimberly García, Mario Vargas Llosa (como literato), Juan Diego Flórez y miles de emprendedores que, desde el anonimato, valen un Perú, no obstante, frente a la defección de quienes nos han gobernado en las últimas décadas, aparecen como raras avis que se cuentan con los dedos de las manos. He ahí la urgencia de una transformación kafkiana.