De la COVID y otros demonios

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    *EN OTRO LENGUAJE*

    Jaime Asián Domínguez
    Periodista
    @jaimeasian

    Es de terror soñar que viene la COVID-19 y que te aprieta el cuello con sus espículas. En mis pesadillas, entre sudores de pandemia, vivo una guerra sin cuartel con el maldito hijo de Wuhan. En esa insondable oscuridad, he cabalgado prendido de las extensiones que luce sobre su núcleo y que parecen una corona solar, tratando de clavarle la estaca final. Virus del diablo.

    -Mataré a toda la raza humana -prometíó anoche, chino de risa-. Ya vas a ver.
    -Sobre mi cadáver, bicho horripilante -arremetí envalentonado-. Y agregué: -Juro que un día, más temprano que tarde, morirás asfixiado en tu propia maldad…
    -Ja, ja, ja. ¿No estarás creyendo en esas vacunas, que no me hacen ni cosquillas? -dijo desde un hocico invisible-. -Soy invencible. ¿Acaso no ves que mis variantes y mutaciones son cada día más contagiosas?-.
    -Recuerda, oye cabeza con chupos, que no hay mal que dure cien años…
    -Te confesaré algo, fiambre atrevido: yo fui creado en un laboratorio y soy producto de una mente malvada-.
    Luchas cuerpo a cuerpo de este calibre se han repetido tantas veces como Vizcarra repitiendo al viento lavarse las manos con jabón, mantener el distanciamiento físico y usar mascarilla, mientras él -mondo y lirondo- se pinchaba por debajo de la mesa.
    -Lo único bueno que ha hecho Pfizer es el viagra, ja, ja, ja.
    -Y encima la quieres pegar de gracioso, asesino desgraciado.

    La gente muere a montones y un manto negro se extiende por todo el país. El consenso es que los gobiernos han pasado con un desprecio delincuencial por la salud del pueblo, lo que se traduce en hospitales calamitosos y una escasez de equipos total.
    Si ahora tenemos al coronavirus, desde siempre habitó entre nosotros una pandemia llamada corrupción, para cuyos tentáculos parece que nadie puede hallar la panacea.

    N.R. Las cavilaciones que acaban de leer fueron escritas cuando la vida pendía de un hilo por la COVID-19, no había oxígeno y llorábamos la partida de familiares y amigos. Hoy, después de más de tres años de angustia y vacunas, la OMS ha declarado el fin de la emergencia sanitaria global por el hijo de Wuhan.
    Dicen que la muerte es un cambio de vida. Y la vida no vale nada si no es para tenerla.

    Un réquiem por todos los que se fueron.