El 24 de febrero de 2022, el presidente ruso, Vladimir Putin, anunció el inicio de una operación militar en Ucrania con el pretexto de proteger a las poblaciones ubicadas en las regiones separatistas del Donbás de un supuesto genocidio.
El costo humano de la guerra ha sido terrible, con más de 8 mil civiles muertos, de los cuales 487 eran niños, y más de 13 mil heridos. La mayoría de estas muertes se deben a los misiles balísticos y bombardeos que han destruido edificios familiares, escuelas y hospitales en Kiev y otras provincias ucranianas.
La guerra ha dejado una imagen especialmente devastadora en Bucha, donde 450 personas fueron ejecutadas por las fuerzas rusas, lo que ha provocado una condena internacional y denuncias de crímenes contra la humanidad.
Aunque Occidente ha intentado presionar a Rusia con sanciones y el congelamiento de activos, la respuesta de Moscú ha sido contundente, suspendiendo el suministro de gas natural ruso a Europa, que necesita para hacer frente al invierno.
Desde el inicio de la invasión, se estima que entre 175 mil a 200 mil soldados rusos murieron o resultaron heridos. A pesar de los llamados internacionales para que Rusia cese su intervención en Ucrania, el conflicto se ha intensificado en las últimas semanas y no hay indicios de que se llegue a una solución pacífica en el corto plazo. La situación sigue siendo preocupante para la comunidad internacional y especialmente para los ucranianos que sufren las consecuencias de esta guerra.