EN OTRO LENGUAJE
@jaimeasian
JAIME ASIÁN DOMÍNGUEZ

Keiko Fujimori debería prestarle atención a la desaprobación que registra su pupilo Fernando Rospigliosi como presidente del Congreso: 61%. La animadversión hacia el titular del Legislativo se eleva a 71% en el sur, 66% en el norte, 58% en el centro, 56% en el oriente y 54% en
Lima y Callao. No se trata de cifras aisladas ni coyunturales, sino de un rechazo extendido y territorialmente consistente.
La candidata naranja tiene que pegarle ojo a estos números porque son una prolongación de la precaria confianza que ella misma proyecta como propuesta de gestión gubernamental. A ello se suma que Rospigliosi, de por sí, es dueño de una innata capacidad para generar repulsión política, rasgo que no hace sino potenciarse en la última medición realizada por Datum.
Por lo demás, la gente no olvida que, tras producirse la vacancia de Dina Boluarte,
Fuerza Popular -es decir, Keiko Fujimori- anunció su retiro de toda participación en la
conducción del Ejecutivo y del Parlamento. Hoy, sin embargo, Fernando Rospigliosi aparece
cómodamente instalado al mando de la Mesa Directiva, lo que evidencia que aquel cálculo político fue revisado y replanteado. ¿Por quién? Sí, por ella, por la patrona naranja.
Tampoco ha sido borrado de la memoria colectiva el episodio en el que una cámara del Congreso, un bien público, salió entre gallos y medianoche rumbo a Trujillo para ser utilizada en un mitin de la jefa de Rospigliosi. ¿Qué dijo entonces el exministro del Interior? Doró la píldora, habló de investigaciones y dejó que el tema se diluyera lentamente con el aval de bancadas alcahuetes, siempre dispuestas a mirar al techo cuando conviene. Entonces, la desaprobación de Fernando Rospigliosi no es solo un problema personal ni un desgaste circunstancial del cargo: es un síntoma político que Keiko Fujimori haría
mal en subestimar. El rechazo masivo al presidente del Congreso funciona como un espejo incómodo del fujimorismo que ella encarna y dirige. Insistir en blindarlo, sostenerlo y normalizar su impopularidad equivale a cargar con un lastre que confirma, una vez más, la distancia entre el cálculo caudillista y el hartazgo ciudadano.
“A ello se suma que Rospigliosi, de por sí, es dueño de una innata capacidad para generar repulsión política”.



