En otro lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez

Desde la muerte de Fernando Belaúnde Terry, Acción Popular nunca más pudo profesar con autoridad el “¡adelante!” que repetía el expresidente de la República. Con él, para tirios y troyanos, murió la decencia en el partido de la lampa y, en buena medida, en la política peruana en general. No solo no surgieron discípulos capaces de preservar sus dotes de estadista, demócrata a carta cabal y una honestidad a prueba de balas; lo que sobrevino fue una progresiva degradación.
Hoy, lo que se encuentra en Acción Popular es una fauna de personas angurrientas, faltosas —como los impresentables “Niños”— y una desorganización partidaria que ya tocó fondo. En ese contexto, el Jurado Nacional de Elecciones acaba de darles una lección que no admite maquillaje: basta de informalidad y de intentar sacarle la vuelta a la normatividad. El máximo tribunal electoral determinó que hubo irregularidades en la inscripción de delegados y, simplemente, no hay más que decir: a llorar a la playa.
Chau Alfredo Barnechea —el que le hizo asco a los humildes chicharrones—, fuera Julio Chávez y nos vidrios “Vitocho”, María del Carmen Alva, Elvis Vergara, José Arriola, Hilda Portocarrero, entre otros, varios de ellos vinculados a listas de “mochasueldos” sinvergüenzas y al infame club de los “Niños” que ‘gateaban’ en la corrupción. Así que tampoco es para rasgarse las vestiduras. No se ha perdido gran cosa. Si alguien debe estar retorciéndose de rabia en su tumba, ese es precisamente don Fernando Belaúnde.
Como él mismo diría, ahora Acción Popular tendrá que ir al mapa, reconocer sus falencias y desterrar ese prurito de querer pasarse de vivos. Deberá deponer apetitos personales, poner las barbas en remojo y asumir una travesía de humildad hasta los próximos comicios, probablemente los municipales y regionales de 2026. La resolución del JNE es inapelable y no hay vuelta que darle.
La lampa seguirá oxidándose y volviéndose inservible si no hay una renovación real: no solo de cuadros, sino de conciencia política y de sangre acciopopulista limpia, de esa que alguna vez le permitió al partido ocupar la presidencia de la República en cuatro oportunidades. Porque los símbolos, cuando se traicionan, dejan de ser herramientas y terminan convertidos en chatarra histórica. He dicho.
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“Si alguien debe estar retorciéndose de rabia en su tumba, ese es precisamente don Fernando Belaúnde”.



