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Una sentencia que marcará el rumbo hacia el 2026

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Columna: Panorama electoral

Por: Marco Cáceres A.

La condena de 14 años de prisión contra Martín Vizcarra por cohecho en las obras Lomas de Ilo y Hospital de Moquegua es más que un hecho judicial: un recordatorio de la fragilidad de nuestra democracia y de la responsabilidad que enfrentaremos en las elecciones del 2026. Una vez más, el país confirma que incluso quienes alcanzan el más alto cargo, utilizan el poder como plataforma para beneficios indebidos. Y una vez más, quedamos frente al espejo de nuestras propias decisiones electorales.

Este fallo llega en un momento clave. El escenario político empieza a reacomodarse rumbo a una campaña que promete ser intensa y confusa. Viejos nombres tantean el retorno, nuevos improvisados buscan espacio y los partidos tradicionales tratan de sobrevivir a su propio descrédito, cómo el caso del APRA.
En medio de ese ruido, la sentencia a Vizcarra revela un problema central: hemos venido eligiendo autoridades que, tarde o temprano, terminan enfrentadas a la justicia. Eso no es accidente: es consecuencia de votaciones impulsivas, tolerancia social a las “vivezas” y ausencia de filtros éticos reales que deben tomar en cuenta los partidos políticos.

El 2026 plantea una interrogante crucial: ¿seguiremos repitiendo el ciclo o apostaremos por perfiles con trayectoria, integridad y equipos sólidos? No se trata de buscar salvadores ni de creer en slogans de lucha anticorrupción. Se trata de evaluar hechos, no discursos; comportamientos, no promesas. El “mal menor” se ha vuelto una excusa peligrosa que nos ha costado crisis políticas, inestabilidad y retrocesos. Ejemplos hay muchos. Ollanta Humala, Pedro Castillo, etc.

La sentencia también evidencia la necesidad urgente de fortalecer instituciones: contrataciones más transparentes, fiscalización real, reforma del financiamiento político y un sistema judicial que no dependa del escándalo para actuar. Sin cambios estructurales, las condenas seguirán siendo excepciones en un país donde la corrupción opera como un engranaje cotidiano.

Pero el mensaje final es para los ciudadanos: el 2026 no puede ser otra elección marcada por la resignación. Tenemos la oportunidad de romper un ciclo que ya ha hecho demasiado daño. La pregunta es si estaremos dispuestos a hacerlo.