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Casa de la Literatura Peruana: entre cuchillos y trenes

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Por Edwin Cavello Limas

“Deseo que la Casa de la Literatura Peruana sea un espacio donde puedan venir los jóvenes escritores y que sea una ventana para presentar sus libros”, dijo Alan García en 2010, durante la pomposa inauguración de la Caslit. Como tantas frases suyas, sonaba bien en el discurso. Pero 14 años después, el sueño literario ha devenido en pesadilla burocrática.

Hoy, la Caslit se parece más a un ring que a un refugio para escritores. Correos internos revelan un ambiente de tensiones, acusaciones cruzadas y pugnas internas que han convertido la ex estación de tren en una verdadera Casa de los Cuchillos. La gestión de Gary Marroquín, su actual director, ha sido blanco de acusaciones internas por contrataciones sospechosas, gastos inflados en locadores y un manejo poco transparente de los recursos públicos.

Uno de los correos anónimos más punzantes afirma: “En 2024 los gastos de locadores fueron S/ 1’200,000 y este año, en solo un trimestre, ya van más de S/ 670,000. ¿Será por los amigos de Gary que están siendo contratados?”.

Pero no es el único señalado. Jaime Cabrera ha sido acusado de dedicar tiempo de su horario laboral para su portal personal, mientras que Alicia Meza decidió renunciar por presunto acoso laboral. Esto es solo una parte de diversos correos que los propios trabajadores se lanzan como cuchillos afilados. Hay dos bandos claros: el de Marroquín y el de los CAS indefinidos. En ambos, trabajadores que —según los testimonios— hacen poco por la cultura y mucho por mantenerse en sus puestos.

A esto se suma el arribo de figuras cercanas al cuestionado Alex Alejandro Vargas, ex gerente de San Juan de Lurigancho y de la Biblioteca Nacional del Perú. No solo su esposa, Chrisel Arquiñigo, trabaja ahora en Caslit; también lo hacen Sandro Tucto y Elías Cazasola, parte de una red que se replica de institución en institución.

Por si fuera poco, el espacio físico también corre riesgo. El edificio pertenece al Ministerio de Transportes y Comunicaciones, y la intención del alcalde Rafael López Aliaga de reactivar los trenes desde la Estación de Desamparados pone en jaque la permanencia de la CASLIT.

Así, la casa que prometía abrir puertas a los escritores hoy se tambalea entre el filo de lo cuchillos y el traqueteo de las ruedas sobre los rieles.