Tras solo un día de cónclave, los 133 cardenales eligieron al sucesor del Papa Francisco. Miles de fieles se reunieron en la Plaza San Pedro mientras el humo blanco y las campanas de la Basílica anunciaban el fin de la sede vacante para los 1.400 millones de católicos del mundo.
La Iglesia Católica ya tiene nuevo Papa. La fumata blanca emergió de la chimenea de la Capilla Sixtina y las campanas de la Basílica del Vaticano confirmaron la noticia que los fieles esperaban con ansiedad. El nuevo pontífice consiguió la mayoría necesaria de dos tercios, equivalente a 90 votos, para convertirse en el sucesor de Francisco, fallecido el pasado 21 de abril. Miles de peregrinos se congregaron en la Plaza San Pedro con la esperanza de conocer la identidad del nuevo líder espiritual que guiará a los católicos de todo el mundo.
Un cónclave expedito
El proceso de elección duró poco más de 24 horas, siguiendo la tendencia de los últimos diez cónclaves que se resolvieron en un máximo de 5 días. Antes de la elección definitiva, se realizaron dos votaciones fallidas donde ningún candidato alcanzó los votos necesarios. La rápida resolución refleja un consenso relativamente ágil entre los 133 cardenales electores. El sistema de votación requiere un mínimo de 90 votos para designar al nuevo pontífice, lo que representa exactamente dos tercios del total de cardenales participantes.
Durante este período, los cardenales permanecieron completamente aislados del mundo exterior, cumpliendo con la tradición centenaria que garantiza una elección libre de influencias externas. El ritmo de las votaciones se mantuvo constante: hasta dos por la mañana y otras dos por la tarde, hasta que finalmente se logró el consenso necesario para designar al sucesor de Francisco.
Preparativos para el nuevo pontífice
La llamada «Sala de Lágrimas» ya estaba preparada con las vestimentas que usará el nuevo Papa: la tradicional sotana blanca, la muceta y la estola para la bendición final. Este espacio recibe su nombre porque allí es donde históricamente el recién elegido pontífice suele experimentar la emoción abrumadora de su nueva responsabilidad. Todo el protocolo ceremonial estaba meticulosamente organizado para recibir al nuevo Santo Padre tras su elección.
Los preparativos reflejan la importancia del momento histórico que vive la Iglesia Católica. La transición del cardenal electo a su papel como líder espiritual de más de mil millones de fieles implica no solo un cambio personal, sino una transformación institucional que afectará el rumbo de una de las organizaciones religiosas más antiguas y extensas del mundo.
El significado del humo blanco
La última vez que se vio humo blanco salir de la chimenea de la Capilla Sixtina fue en 2013, cuando eligieron a Jorge Mario Bergoglio como Papa Francisco. El humo blanco representa el éxito en la elección, mientras que el negro señala que no se ha alcanzado el consenso necesario. La mezcla química para producir el humo blanco es más compleja y controlada que la del negro, simbolizando la importancia del momento.
Este ritual de comunicación entre el cónclave y el mundo exterior data de siglos atrás, cuando no existían medios modernos para anunciar la noticia. El humo blanco, visible desde la distancia, permitía a los fieles saber inmediatamente que la Iglesia Católica tenía nuevo líder. Hoy, a pesar de los avances tecnológicos, se mantiene esta tradición como un símbolo de continuidad histórica y como parte fundamental del misticismo que rodea la elección papal.
La tradición del nuevo nombre
El nuevo Papa adoptará un nombre distinto al de su bautismo, siguiendo una tradición que se remonta al apóstol Simón, a quien Jesús llamó Pedro diciendo: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Este cambio simboliza un «segundo nacimiento» espiritual en su nuevo papel como obispo de Roma. La elección del nombre papal nunca es casual y suele reflejar las intenciones y el programa espiritual que el nuevo pontífice desea implementar.
A lo largo de la historia, los nombres más utilizados por los papas han sido Pío, Gregorio, Juan, Benedicto, Inocencio, León y Clemente. También aparecen nombres apostólicos como José, Santiago, Andrés y Lucas. Sin embargo, ningún pontífice ha elegido llamarse Pedro, en señal de respeto hacia el primer líder de la Iglesia Católica. Esta decisión refleja la profunda conciencia histórica y teológica que acompaña cada aspecto del papado, donde las tradiciones y símbolos cargan con significados que trascienden lo meramente ceremonial.
La elección del nombre representa tanto una conexión con el pasado como una declaración de intenciones para el futuro. Los fieles católicos esperan con expectación conocer qué nombre elegirá el nuevo pontífice, pues en esa decisión podrán vislumbrar pistas sobre el rumbo que tomará la Iglesia bajo su liderazgo en estos tiempos complejos para la fe católica.