Mientras los aviones israelíes con tecnología occidental arrasan barrios enteros, la complicidad internacional convierte a Palestina en el laboratorio del horror contemporáneo
Gaza, 09 de abril de 2025 — El humo todavía se eleva sobre Shujaiya cuando los equipos de rescate palestinos, con las manos desnudas y linternas gastadas, intentan encontrar vida entre los escombros. Treinta cuerpos ya han salido de esta tumba de concreto, algunos tan pequeños que requieren dos ladrillos para cubrirlos. Son las nuevas víctimas de una matanza industrial: 38 palestinos asesinados en 24 horas por bombas fabricadas en Estados Unidos, lanzadas por aviones alemanes, con inteligencia británica. Occidente no solo observa – participa.
La geometría del exterminio
Los números duelen pero no sorprenden: 1,482 muertos desde marzo, 50,846 desde octubre. Cifras que Occidente recibe con la misma frialdad con que se revisan los balances bursátiles. Mientras Netanyahu anuncia «mayores intensificaciones» – eufemismo siniestro para masacre – los niños gazatíes beben agua salada y mastican hojas de árboles. Sesenta mil infantes condenados a la desnutrición en lo que la ONU ya no duda en llamar genocidio.
El guión se repite con precisión macabra:
- Primero llegan los mensajes de texto israelíes ordenando «evacuaciones» hacia ningún lugar
- Después los F-16 que convierten edificios de apartamentos en cráteres
- Finalmente el silencio cómplice de las cancillerías europeas que siguen vendiendo armas
El plan Trump-Netanyahu: colonialismo del siglo XXI
Esa «zona de seguridad» que prometen no es más que el último capítulo del manual sionista: despoblar para ocupar. Lo hicieron en 1948, en 1967, y hoy lo perfeccionan con drones y bombas inteligentes. El sueño húmedo de Trump – desplazar a todo un pueblo – se ejecuta con metódica crueldad mientras el Senado estadounidense aprueba otro paquete militar de $14 mil millones.
En los escombros de Nuseirat – donde hoy cayeron bombas sobre un campo de refugiados que ya era campo de refugiados en 1948 – yace la verdad incómoda: esto no es guerra, es cacería humana. Con cada niño palestino que muere, el «mundo libre» entierra sus propios valores bajo toneladas de hipocresía.
Epílogo para la conciencia mundial
Mientras Gaza arde, los líderes occidentales discuten protocolos diplomáticos y «proporcionalidad». Sus bancos siguen financiando colonias ilegales, sus fábricas producen más bombas, sus medios hablan de «conflictos complejos». Nada complejo hay en un bebé destrozado por metralla. Nada ambiguo en 50,846 asesinatos.
La historia juzgará este momento no por lo que hizo Israel, sino por lo que el mundo permitió. Y cuando ese juicio llegue – porque siempre llega – no habrá excusas que valgan para quienes miraron hacia otro lado mientras Palestina sangraba.