En otro lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez (*)
Murió Alberto Fujimori y una frase que ha mutado en la boca de Keiko, Kenji y seguidores del exdictador es que “fue el mejor presidente del Perú”. Otros, más desbordados o eventualmente amaestrados para la ocasión, profirieron la exclamación: “Fujimori, héroe nacional”. La expresión coloquial dice que “no hay muerto malo”, no obstante, en este caso, resulta evidente que se exagera la nota, ignorando que buena parte de los peruanos conoce a la perfección la historia del “Chino”. Veamos:
¿El mejor presidente del Perú puede ser alguien culpable de violaciones de derechos humanos y un condenado a 25 años de prisión por matanzas y secuestros? ¿Es factible que un héroe nacional ponga de rodillas a las Fuerzas Armadas con un acta de sujeción a la dictadura? ¿Califica como el mejor presidente un señor que lo pudrió todo y convirtió al Perú es un país informal (“chicha”)? ¿Puede un héroe nacional fugar con las maletas llenas de dinero y, luego, sin ningún asco, renunciar a la Presidencia por fax desde Japón, donde además quiso ser senador? Y sigue la retahíla macabra.
El alegato para las osadas pretensiones de encumbramiento post mortem es que Fujimori “acabó con el terrorismo” y encaminó una economía, que andaba por los suelos. Sí y no. Sí porque, en efecto, durante su gobierno, el GEIN -comiendo pan con plátano durante el seguimiento de inteligencia- atrapó al sanguinario Abimael Guzmán, descabezando a Sendero Luminoso, y no porque su siamés, un descomunal corrupto y sentenciado también por diversas matanzas, compró medios de comunicación, congresistas, animadoras y empresarios con rumas de billetes del erario nacional. Conclusión: Lo que hizo con la mano izquierda, lo mandó al diablo con la derecha y no queda espacio para galardones antojadizos.
La legisladora Sigrid Bazán pide ¡disolver! tanta complacencia con un “dictador, asesino y corrupto” y no faltan los que ruegan “¡Que Dios nos ayude!” para no volver a tener un mandatario como Alberto Fujimori. En contraparte, gracias a que aún vivimos en democracia, existe espacio para el devaneo oratorio y el uso abusivo del Estado en honores que, por ejemplo, Alan García desechó y, más bien, escribió que no tenía por qué sufrir “esas injusticias y circos”. Amén.
(*) Analista político y consultor de contenidos
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“Lo que hizo con la mano izquierda, lo mandó al diablo con la derecha y no queda espacio para galardones antojadizos”.