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Dina y el daddy Oscorima

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En otro lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez (*)

Muchos empiezan a creer que la estada de Dina Boluarte en la presidencia de la República será un tiempo perdido para el país. Y es que no hay un norte con las políticas de Estado requeridas y, más bien, la mandataria juega en pared con el lamentable Congreso de los “Niños” y los “Mochasueldos” para lograr sostenerse hasta el 2026 contra viento y marea. La radiografía son los altísimos porcentajes de desaprobación que le atribuyen las encuestas y en las calles se olfatea un desánimo sin precedentes.
El espectáculo de los relojes Rolex ha sido el acabose. Resulta que la señora, dizque para “representar” mejor al Perú, se ponía “bobazos” de alta gama prestaditos por su amigo, su wayki, su hermano Wilfredo Oscorima. Qué graciosa. O sea, el gobernador ayacuchano del peinado terco le marcaba las horas y hay razones suficientes para llorar de risa o de pena frente a esta historia. Como fuere, ya la gran filósofa Susy Díaz ha dicho que a veces el outfit es un artificio de la vanidad que solo cubre la pobreza del alma.
Luego de relatar el cuento, mostrando la humilde cajita de Unique como sustento, la sucesora de Pedro Castillo quiso vendernos la idea de que debemos voltear la página y a otra cosa, mariposa. No, Presidenta, colorín colorado, este cuento aún no se ha acabado. Faltan piezas para ajustar las perillas del reloj (mejor dicho, relojes) que por el momento está en modo alarma y será la Fiscalía la encargada de guardarlo en la cajita de la verdad o exponerlo en el estuche de la mentira.
Y mientras Dina se preocupa por llenar sus brazos, dedos y orejas con prendas lujosas, la delincuencia no tiene hora y el nuevo ministro del Interior pasará sin pena ni gloria por el cargo si no hay un convencimiento transversal de que nos enfrentamos a un monstruo de mil cabezas al que no se le mata con motitos y un par de policías más. Urge inteligencia y, la verdad, escasea.

(*) Periodista y Consultor de contenidos


“El gobernador ayacuchano del peinado terco le marcaba las horas y hay razones suficientes para llorar de risa o de pena frente a esta historia”.