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Patrimonio histórico del Perú iba a ser subastado en Nueva York

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Por Luis Felipe Alpaca

La casa de subastas Doyle intentó subastar dos pinturas virreinales que habrían sido robadas de un templo religioso en la ciudad de Puno.

Los lienzos anónimos denominados “Virgen de las Mercedes” y “Huida a Egipto”, del siglo XVIII, ambos pertenecientes a la escuela cusqueña y al arte virreinal peruano estuvieron a punto de ser subastados en la casa Doyle en Nueva York, Estados Unidos. Al parecer, las obras fueron sustraídas en febrero del 2012 de la Iglesia Nuestra Señora de la Asunción, ubicada en Juli, provincia de Chucuito, en Puno.

La Alerta de Robo de Interpol impidió que se realice la comercialización de las invaluables pinturas, porque, además, contaban con la documentación brindada por la Dirección Desconcentrada de Cultura de Puno, como las fichas de registro y la catalogación que corroboran que dichas obras proceden de Perú y que además salieron de manera ilegal. Gracias a ello se logró el impedimento de la subasta por parte de la casa Doyle.

En Perú, ya es costumbre leer noticias nacionales e internacionales referidas al robo y al tráfico ilícito de bienes culturales, como esculturas, pinturas, grabados, obras literarias, manuscritos históricos, y documentos del Virreinato y de la República.

Patrimonio en riesgo

Basta recordar los saqueos sistemáticos realizados en los últimos 15 años en la Biblioteca Nacional del Perú, como el robo de libros históricos y manuscritos, y aunque en 2011 existió una campaña denominada: “Se buscan libros perdidos: recompensa, 30 millones de peruanos agradecidos”: algo se pudo lograr, porque se recuperaron 137 piezas, entre ellas, el mapa de Magallanes que data de 1775, y el texto original y mecanografiado de “El zorro de arriba y el zorro de abajo” de José María Arguedas.

Felizmente, en septiembre de 2010 no se pudo consumar el intento de sustracción de 200 manuscritos del brujo de los Andes, Andrés Avelino Cáceres. Dicho patrimonio valorizado en más de US$1,5 millones de dólares desapareció de la bóveda y luego apareció en la azotea de la biblioteca.

Asimismo, los robos en el Archivo General de la Nación son de no acabar. Cómo olvidar el último reporte del año 2020, que registró el robo de 81 documentos militares del siglo XIX emitidos entre 1877 y 1890; y eso sin contar el robo de dos documentos del libertador José de San Martin.

A pesar que nuestras instituciones tuteladoras del patrimonio cultural histórico tienen protocolos claros para impedir el robo y el tráfico ilícitos de dichos bienes, ¿Por qué se continúan extrayendo si que casi nadie se entere? La respuesta es clara, porque existe un mercado negro que primero las solicita y luego las adquiere.

Recuerdo una escena de una película donde lo primero que visualicé fue a un elegante señor salir raudo de un importante museo sujetando una valija diplomática. Tras esa escena de ficción, debemos preguntarnos ¿qué cantidad de piezas de nuestro patrimonio salen cada año por valija diplomática y cuántas de esas piezas regresan en realidad a nuestro país? Si es que acaso existe un registro del Ministerio de Cultura y la Cancillería, este debe hacerse público. De lo contrario, estás instituciones también serían parte del problema.

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