El Perú sigue siendo un cambalache

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    A los adultos mayores como el autor de estas líneas nos gusta el tango y a muchos jóvenes también, por su compás suave, su melodía nostálgica, atinada para el romance, por su ritmo cadencioso y por la poesía de sus letras.

    Y uno de los favoritos de los tanqueros es el tango Cambalache, que se acerca ya a ser centenario, pues fue compuesto en 1934 por Enrique Santos Discépolo, quien quiso reflejar el complicado mundo de la época, cuando hibernaba ya la Segunda Guerra Mundial.

    Era una época de caos, frivolidad y corrupción cabalmente descrita por la famosa canción , lo que nos hizo pensar en que el tango se hubiera podido escribir sobre la crisis continua del Perú, iniciada en 2016 o tal vez antes, en el segundo gobierno aprista, y en el de Toledo, sin olvidar la década fujimorista.

    “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé/ En el 510 y en el 2000 también/ Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafa’os/ Contentos y amarga’os, valores y doblez”, dice el tango.

    Y díganme si no es suena familiar esta letra: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor/ Ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador/ Todo es igual, nada es mejor/ Lo mismo un burro que un gran profesor/ No hay aplaza’os, ¿qué va a haber? Ni escalafón/ Los inmorales nos han iguala’o/ Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición”.

    Es el reflejo de nuestra crisis de valores, producto de la crisis de un sistema político agotado y cuyos beneficiarios se resisten a morir y, clamando una moralidad a la que en su trayectoria no han apreciado, solo se afanan para hacerse del Gobierno ante un Gobierno cuya insuficiente incapacidad, errores e indicios de corrupción lo están llevando al abismo.

    Y la pérdida de perspectiva y de valores está llegando al extremo que ensalzamos como salvadores de la democracia a quienes no son más que delincuentes que, para evitar la cárcel, incriminan a quienes, afirman, fueron sus cómplices en contratos corruptos y otras trapacerías.

    También se elogia y consagra como ejemplar la conducta de un personaje que, minutos después de hablar maravillas del presidente que lo nombró ministro, sale a acusarlo porque lo despidieron (Dicho esto al margen de que pueda ser cierto lo que afirma) y no lo dice al presentar su renuncia con el decoro que proclama.

    Sin lugar a dudas, el Perú no necesita solo un cambio de conducción, sino reformas profundas que impidan que la ciudadanía sea manipulada por la demagogia de las falsas promesas de quienes juegan con las esperanzas de los peruanos.

    De lo contrario, seguiremos siendo un país en el que, como dice el tango Cambalache: “…es lo mismo el que labura/ Noche y día como un buey/ Que el que vive de las minas/ Que el que mata, que el que cura/ O está fuera de la ley”.