Cada 24 de junio se celebra el Día del Campesino, una fecha que visibiliza su lucha histórica pero también sus desafíos actuales.
El Día del Campesino se celebra cada 24 de junio en Perú para reconocer el papel fundamental de quienes trabajan la tierra, una conmemoración que nació tras la Reforma Agraria de 1969 y reemplazó al antiguo Día del Indio. Aunque la fecha honra su aporte a la economía y la cultura nacional, el campesinado sigue enfrentando pobreza, exclusión y falta de recursos.
Del Día del Indio al Día del Campesino
Cada 24 de junio, Perú reconoce a millones de mujeres y hombres del campo que, con su trabajo, sostienen la alimentación de todo el país. La efeméride, hoy llamada Día del Campesino, tiene raíces profundas y una carga política que se ha transformado con el tiempo.
En 1930, el presidente Augusto B. Leguía instauró el «Día del Indio» con la intención de “reivindicar” a los pueblos indígenas. La fecha coincidía con el Inti Raymi, celebración ancestral del año nuevo andino, y buscaba visibilizar su papel en la cultura y economía nacional. Sin embargo, esta conmemoración tenía un tono paternalista, reforzaba estereotipos y mostraba a los indígenas como sujetos pasivos o necesitados de protección estatal.
Todo cambió en 1969 con la llegada al poder del general Juan Velasco Alvarado, quien impulsó la Reforma Agraria y transformó la fecha en el Día del Campesino. A través del Decreto Ley N.º 17716, Velasco reemplazó el término “indio” por “campesino”, con la intención de romper con la carga peyorativa del anterior y resaltar a los trabajadores del campo como sujetos activos, con derechos, fuerza de trabajo y papel clave en el desarrollo nacional. Fue una declaración política clara: “el patrón ya no comería más de la pobreza del campesino”.
Desde entonces, la fecha busca dignificar al campesinado, revalorizar su conocimiento sobre la tierra, su aporte a la soberanía alimentaria y su lugar en la vida cultural del país.
Una deuda histórica pendiente
A pesar del reconocimiento formal, los problemas estructurales del agro persisten. El campesinado peruano enfrenta una realidad marcada por la precariedad. Muchas familias campesinas tienen un acceso limitado al agua, crédito y semillas mejoradas. La tierra sigue en manos fragmentadas y sin títulos formales, lo que dificulta cualquier posibilidad de inversión sostenible.
La infraestructura rural es insuficiente: carreteras, sistemas de riego, servicios básicos y asistencia técnica apenas llegan a muchas comunidades. Esto eleva los costos de producción, impide el acceso a mercados y frena la modernización del campo.
A ello se suma el impacto del cambio climático, que trae sequías, heladas o lluvias extremas, agravando la fragilidad del sector. Además, los campesinos, mayoritariamente en situación de informalidad, tienen un bajo poder de negociación frente a los intermediarios y grandes empresas agroexportadoras. Esta combinación de factores mantiene la pobreza rural y alimenta la migración hacia las ciudades.
Celebrar y resistir
Aunque este 24 de junio se multiplican los saludos, las frases conmemorativas y los actos simbólicos, el Día del Campesino también es una oportunidad para mirar con honestidad el abandono estructural del campo peruano.
Frases como “Eres la raíz que sostiene nuestra nación” o “El campo florece gracias a tu dedicación” se repiten año tras año. Pero la verdadera justicia no está en las palabras, sino en políticas que garanticen derechos, inversión y dignidad para quienes producen los alimentos de toda la población.
Reconocer la historia del Día del Campesino es también reconocer que aún falta mucho para saldar la deuda histórica con el Perú rural.