Ruido constante afecta el sueño, la concentración y aumenta el riesgo de enfermedades mentales y cardiovasculares.
El ruido constante, generado principalmente por el tráfico, las construcciones y otras fuentes urbanas, afecta cada vez más la salud mental y física de millones de personas. Esta forma de contaminación, muchas veces ignorada, causa desde irritabilidad y trastornos del sueño hasta enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo e incluso muertes prematuras. Niños, adultos mayores y embarazadas son los más vulnerables. Especialistas y organismos internacionales advierten que la exposición diaria a más de 55 decibeles representa un riesgo severo para la salud, y exigen acciones urgentes para reducir esta amenaza invisible.
Un enemigo invisible que desgasta el cuerpo y la mente
El ruido ambiental ya no es solo una molestia: es un problema de salud pública. Según la Organización Mundial de la Salud, más de 22 millones de personas en la Unión Europea sufren molestia crónica por ruido, con consecuencias tan graves como 12.000 muertes prematuras al año y 48.000 nuevos casos de enfermedades coronarias.
En Perú, la psicóloga Alexandra Sabal, de la Clínica Ricardo Palma, explica que el ruido persistente “puede provocar tensión permanente, irritabilidad, fatiga mental, dificultad para concentrarse y trastornos del sueño”. Advierte que este tipo de contaminación también está asociado con depresión, ansiedad, insomnio, tinnitus, hipertensión, diabetes tipo 2 y un sistema inmunológico debilitado.
El problema se agrava porque muchas personas creen haberse acostumbrado al ruido. Pero esta habituación es solo psicológica. A nivel fisiológico, el cuerpo sigue reaccionando. El sistema nervioso simpático y el eje hipotalámico-pituitario-adrenal se activan, liberando cortisol, adrenalina y otras hormonas del estrés. El cuerpo entra en estado de emergencia, elevando la presión arterial, el ritmo cardíaco y suprimiendo funciones vitales como la digestión y la inmunidad.
A largo plazo, esta sobrecarga alostática genera inflamación crónica, debilita las defensas y eleva el riesgo de enfermedades neurológicas, cardiovasculares y metabólicas.
Las ciudades como espacios hostiles
La vida urbana está marcada por la exposición diaria al ruido. Se estima que más de 10 millones de personas en España están expuestas a niveles superiores a los 55 decibeles solo por el tráfico. Aunque se trata de un volumen similar al de una conversación, su persistencia genera efectos negativos acumulativos.
Además de los problemas de salud física y mental, el ruido constante interfiere con el desarrollo cognitivo de niños y genera estrés psicológico, especialmente en personas sensibles. La molestia no solo es subjetiva: tiene consecuencias médicas.
Silencio como derecho y política urbana
Ante este panorama, especialistas insisten en que las ciudades deben adoptar medidas estructurales. Cambiar el pavimento por uno menos ruidoso, reducir la velocidad de los vehículos, instalar barreras acústicas y rediseñar los espacios urbanos son algunas de las intervenciones necesarias.
Un ejemplo es el modelo de “superislas” de Barcelona. Agrupando nueve manzanas y limitando el tráfico sólo a las calles periféricas, se ha logrado reducir la contaminación acústica, mejorar la calidad del aire y fomentar la vida comunitaria. Estas zonas priorizan a peatones y ciclistas, y recuperan espacios verdes que además de reducir el ruido, favorecen la salud mental y física.
Frente al crecimiento urbano proyectado para 2050, cuando el 68% de la población mundial vivirá en ciudades, la pregunta es urgente: ¿qué tipo de ciudad queremos habitar? La lucha contra el ruido constante no es un lujo, sino una necesidad para vivir dignamente.