El expresidente José pepe Mujica uruguayo, de 89 años, enfrenta los últimos momentos de su lucha contra el cáncer de esófago mientras recibe cuidados paliativos.
José «Pepe» Mujica, el emblemático expresidente uruguayo, atraviesa los momentos más críticos de su batalla contra el cáncer. Su esposa, Lucía Topolansky, y el actual presidente Yamandú Orsi confirmaron que el líder histórico se encuentra en fase terminal, recibiendo cuidados paliativos para aliviar su dolor.
«Un final anunciado»
Topolansky, exvicepresidenta y compañera de vida de Mujica por más de 40 años, describió sin rodeos la realidad: «Está en la meseta, está a término (…) esto tiene un final anunciado». Las declaraciones las ofreció durante las elecciones departamentales del domingo, donde el expresidente no pudo votar.
La médica de Mujica le impidió acudir a las urnas. «Quiso hacer el esfuerzo, pero está en situación terminal», explicó Topolansky. El tratamiento ya no busca curar, sino garantizar que no sufra dolores, insomnio ni ansiedad en sus últimos días.
La lucha por la intimidad
«Voy a cumplir mi promesa de acompañarlo hasta el final», afirmó la exsenadora. Pero mantener la privacidad se ha vuelto difícil. Mujica, conocido por su carácter sociable, sigue recibiendo visitas pese a su estado.
El presidente Orsi, quien visitó al exmandatario la semana pasada, corroboró la gravedad: «Lo visité y está muy mal (…) está complicado aquel, pero se está cuidando». El mandatario pidió respeto para el líder: llamó a dejarlo tranquilo y proteger su dignidad en este tramo final.
Pepe Mujica, presidente entre 2010 y 2015, sigue siendo un símbolo de la política latinoamericana, no solo por su estilo de vida austero, sino por su mensaje de humanizar el poder en tiempos de crisis global. Su deterioro de salud ha movilizado muestras de afecto en Uruguay y toda la región, donde muchos lo ven como el último eslabón de una política alejada del brillo y la pompa. Ahora, su círculo más cercano se prepara para despedir al hombre que convirtió la humildad en filosofía de gobierno, pero también al líder que desafió dogmas con discursos sobre la pobreza, la justicia social y la felicidad como bien público. Su casa en Rincón del Cerro, otrora centro de peregrinaje de militantes y curiosos, podría convertirse en santuario laico de quienes añoran una épica distinta: la de gobernar sin olvidar que el poder es efímero, pero las ideas perduran. La despedida, como su vida, será sencilla. Pero su ausencia dejará un vacío en un continente que aún debate cómo conciliar el pragmatismo con los sueños.