E n 1995 el entonces papa Juan Pablo II, hoy santo, pidió perdón por “los males causados a los católicos en el curso de la historia turbulenta de estas gentes”. Inmediatamente la academia, los sectores políticos y la comunidad internacional lo felicitaron.
Sin embargo, al mismo tiempo, le exigieron que abriera los archivos secretos para saber quiénes eran los responsables de aquellos asesinatos, genocidios, persecuciones, mafias, contubernios y crímenes de Estado, de aquella verdad histórica de la que nadie se había atrevido, públicamente al menos, a reconocer, implorar perdón y clemencia histórica. Como era de esperarse eso nunca llegó ni llegará a darse, porque, como siempre, Dios perdona el pecado más no el escándalo. ¡Sin verdad es imposible el perdón!
Lo mismo que he señalado en el párrafo anterior es lo que ha sucedido en toda nuestra historia republicana, aunque en algunos casos las situaciones han sido peores, porque no solo no se ha propagado debidamente la historia peruana en los colegios, sino que, con todo el poder de la maquinaria burguesa peruana, se ha intentado limpiar, desaparecer y silenciar hechos de barbarie, traición y felonía. Un ejemplo claro es la actuación del presidente Mariano Ignacio Prado en plena guerra del Perú con Chile en 1879.
Después del combate del 2 de mayo de 1866, Mariano Ignacio Prado hace su fortuna, como casi todos los presidentes del Perú, robando a la patria. En su primer período de 1865 a 1868 compra dos barcos de río (el Manco Cápac y el Atahualpa) a tres veces su valor; estas embarcaciones fluviales no servían, fueron dadas de baja por la marina americana, tuvieron que remolcarlas desde los Estados Unidos y tardaron en llegar al Callao 15 meses.
Continúa en nuestra sección impresa:Diario Uno | Viernes 03 de marzo del 2023