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Guillermo Rossini y la política nauseabunda

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Por: Jaime Asián Domínguez

“Los políticos son nuestros libretistas”, dijo hace poco Hernán Vidaurre en una entrevista con La Última, el hermano menor de Diario Uno. Y es que Los Chistosos, con Guillermo Rossini a la cabeza, han sido durante 30 años una de las más eficientes válvulas de escape de la ciudadanía, un antídoto cotidiano contra la política nauseabunda que tenemos. Cuando el país parecía una bomba de tiempo, ahí estaban ellos, guiados por el ‘tío’, para convertir la indignación en humor mediante chistes, imitaciones y editoriales que, desde RPP, nos recordaban que reír también es una forma de resiliencia.
Aunque Rossini dejó el programa en 2021, su escuela sigue viva cada tarde cuando sus pupilos corren el telón para acompañar al taxista atrapado en el tráfico, al universitario apretujado en el Metropolitano o al ama de casa que busca informarse sin terminar renegando. Chaplin decía que “un día sin reír es un día perdido”, y Los Chistosos -con Rossini como capitán del acorazado- hicieron de esa máxima un servicio público no declarado: custodiar la alegría de los peruanos.
Hoy, a los 93 años bien bailados, se ha ido ‘el padre del humor peruano’, llevándose consigo imitaciones irrepetibles a PPK, Osvaldo Cattone y -más atrás- a personajes como ‘Frejolito’ Alfonso Barrantes con su vaso de leche, Alfonso Grados Bertorini con la concertación y Luis Cáceres Velásquez y su mote, entre tantos otros. Arriba, seguramente, el ‘negro’ Augusto Ferrando ya debe estar celebrando el jale estelar que acaba de llegar a la peña celestial.
Insistimos: un país como el nuestro -tan golpeado, tan desigual, tan herido en el alma y en los bolsillos- encontraba en Guillermo Rossini a un propulsor innato de la risa, esa reacción física y emocional que libera hormonas del bienestar, reduce el estrés y nos recuerda que seguimos vivitos y coleando.

Y no es casualidad, como nada en la vida, que, antes de subirse al escenario del humor, el ‘tío’, como todos lo llamaban, fuese un exitoso visitador médico. O sea, primero llevó medicamentos para sanar enfermedades; después, ofreció una panacea más poderosa y democrática, como es la carcajada, el buen ánimo, la posibilidad de mirar el caos y convertirlo en sonrisa. Descansa en paz, ‘tío’ Rossini.


“Los Chistosos -con Rossini como capitán del acorazado- hicieron de esa máxima un servicio público no declarado: custodiar la alegría de los peruanos».