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Una Navidad entre huecos y desvíos

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EN OTRO LENGUAJE
Consultor de contenidos y analista político – @jaimeasian

JAIME ASIÁN DOMÍNGUEZ

Se acerca el fin de año y las calles de la capital peruana pasan del laberinto habitual a un infernal desfile de carros que, a bocinazos, pugnan por sortear los caprichosos semáforos y la pachocha de los policías de tránsito, que muchas veces contribuyen a incrementar el caos y la congestión vehicular. Esa es la cruda realidad.
Sin embargo, hay una costumbre que enerva sobremanera tanto al chofer particular como al que se dedica al transporte público: la rotura de pistas por parte de los alcaldes que quieren hacer en un mes lo que descuidaron el resto del año. Waze, la aplicación de navegación, termina pidiendo auxilio porque no sabe hacia dónde correr en busca de atajos.
Lo que el ciudadano debe saber es que, con la llegada del nuevo año, los alcaldes  -y también los gobernadores, cómo no- entran en desesperación y gastan como locos con el fin de aparentar que han cumplido con la ejecución del presupuesto asignado y alcanzado sus indicadores. Mentira, pura fufulla.
En noviembre y diciembre, los problemas de tránsito se agravan debido a las actividades escolares, las compras navideñas y, como decíamos, la falta de planificación en la realización de obras que ocasiona inconvenientes y desvíos. Así se juega con el dinero público, es decir, con el dinero de todos los peruanos. Y con el estrés también.
A ello se suma la frecuente rotura de tuberías de agua que provoca hundimientos y filtraciones, lo que aprovechan las autoridades para cerrar carriles y generar más desvíos,
poniendo los pelos de punta al vecino. No es tan cierto, entonces, que -como canta Héctor Lavoe- “se acerca la Navidad, y a todos va a alegrar, El Jibarito cantando aires de felicidad”.
La ciudad se convierte, válgame Dios, en un campo de obras inconclusas y en un símbolo del gasto apresurado, sin perspectiva ni visión de futuro. No se trata solo de molestias momentáneas: detrás del desorden hay un patrón de ineficiencia y simulacro que mina la confianza ciudadana. Lima y sus distritos no necesitan más cemento de última hora, sino autoridades que entiendan que gobernar es planificar, y que los presupuestos no se “ejecutan” con hormigón y brea en diciembre, sino con resresponsabilidad durante todo el año. He dicho.

“No es tan cierto, entonces, que -como canta Héctor Lavoe- ‘se acerca la Navidad, y a todos va a alegrar, El Jibarito cantando aires de felicidad’”