Simarai Villegas (25 años) murió tras recibir 19 disparos en un ataque en Bellavista, Callao. Su compañero Javier Pérez lucha por su vida, mientras su hijo de 1 año queda en la orfandad. La policía investiga un posible ajuste de cuentas.
Una pareja de migrantes venezolanos fue atacada a balazos por sicarios mientras compraban en una bodega del jirón Zarumilla, en Bellavista, Callao. Simarai Anaís Villegas Graterol (25) murió camino al hospital Daniel Alcides Carrión, mientras Javier Ismael Pérez Mori (28) permanece con pronóstico reservado tras ser intervenido quirúrgicamente. La policía halló 19 casquillos de bala en el lugar y analiza cámaras de seguridad para identificar a los atacantes, en un país donde se comete un homicidio cada cuatro horas.
El ataque: una ráfaga de violencia cotidiana en el Callao
Todo ocurrió la tarde del martes 14 de mayo. La dueña de la bodega relató que la pareja compraba productos cuando escuchó «como veinte disparos seguidos». Los agresores llegaron sin mediar palabra. Simarai cayó al instante. Javier corrió, pero las balas lo alcanzaron. Testigos describieron a los atacantes como dos hombres encapuchados que huyeron en una motocicleta.
«Ella gritó ‘¡ayuda!’ antes de desplomarse», contó un vecino que pidió anonimato por miedo. Los socorristas llegaron rápido, pero Simarai murió por impactos en el tórax. Su hijo de un año quedó al cuidado de familiares. Javier recibió tres balazos: uno le perforó un pulmón.
La crisis de seguridad en números
Este crimen se suma a los 834 homicidios registrados en Perú hasta el 15 de mayo, según el Sinadef. Lima lidera las estadísticas con 289 casos. El 70% de estos crímenes involucran armas de fuego, vinculadas a sicariato y disputas entre bandas.
«En el Callao, las balaceras son pan de cada día», denunció Rosa Quispe, dirigente vecinal de Bellavista. Solo en esta zona, la policía reporta 12 ataques similares en 2025. Ninguno se ha resuelto.
Las víctimas: migrantes en busca de oportunidades
Simarai y Javier llegaron de Venezuela hace tres años. Ella trabajaba como cocinera en un cevichería; él era albañil. «Eran tranquilos, no se metían con nadie», aseguró su casero.
La familia de Simarai en Maracaibo inició una colecta para repatriar su cuerpo. «Queremos que descanse en su tierra», dijo su tía Lucrecia por WhatsApp. Mientras, la policía indaga si Javier tenía vínculos con grupos criminales, aunque sus amigos lo descartan.
La investigación en el Callao: pistas escasas y temor
La División de Homicidios del Callao revisa las grabaciones de una cámara ubicada a media cuadra del crimen. «Los sicarios actuaron con precisión militar», admitió un investigador bajo reserva.
El Ministerio del Interior ofreció 10,000 soles por datos que lleven a los captores. Hasta ahora, nadie ha llamado. «Aquí la gente tiene miedo de hablar», explicó el coronel PNP Raúl Mendoza.
Mientras tanto, en la bodega donde ocurrió la masacre, solo quedan manchas de sangre y el letrero de «Se vende jugo de parchita» que Simarai leyó minutos antes de morir. Su caso, como muchos otros, espera justicia en un país donde la violencia sigue sin control.