José Mujica, exguerrillero y expresidente de Uruguay, ha dejado un legado de austeridad y lucha social.
Su vida, marcada por la prisión, la política y la defensa de los más pobres, lo convirtió en un símbolo global.
Un líder forjado en la adversidad
José Alberto Mujica Cordano nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo. Hijo de una familia humilde, su infancia estuvo marcada por la quiebra económica de su padre. Desde joven, mostró interés por la política y el ciclismo, deporte que practicó hasta los 17 años.
En los años 60, se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Participó en acciones guerrilleras y fue herido en enfrentamientos armados. Capturado en 1972, pasó 13 años en prisión durante la dictadura uruguaya. Esas experiencias moldearon su visión crítica del poder.
De la cárcel al Palacio Legislativo
Tras recuperar la democracia en 1985, Mujica abandonó las armas por la política. En 1994, fue elegido diputado por el Frente Amplio. Su estilo directo y cercano lo convirtió en una figura popular. En 2009, ganó las elecciones presidenciales con el 52% de los votos.
Como presidente (2010-2015), renunció a los privilegios del poder. Donó el 90% de su salario a causas sociales y vivió en su humilde chacra. Muchos criticaban su forma de vestirse en los actos oficiales, pero eso fue una muestra de ser consecuente con sus ideales.
El legado del «presidente más pobre»
Mujica fue un crítico feroz del capitalismo y el consumismo. «No soy pobre, soy sobrio», decía. Su vida austera y su coherencia lo convirtieron en un referente ético global, principalmente para los jóvenes. Tras dejar la presidencia, siguió militando por los derechos sociales hasta su retiro en 2020.
Hoy, su figura trasciende la política: es un símbolo de que otro mundo es posible. Como él mismo dijo: «La lucha no es por el poder, sino por la felicidad de la gente».