La nueva orden de Trump impulsa la explotación de fondos marinos, desafiando acuerdos internacionales y priorizando intereses económicos sobre la protección oceánica.
El presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva para posicionar a EE.UU. como líder en la extracción de minerales submarinos, ignorando tratados ambientales internacionales. La medida busca reducir la dependencia de China en metales estratégicos, pero genera alerta por su impacto ecológico.
Doble estándar ambiental
Mientras Europa promueve pactos verdes, EE.UU. impulsa minería en aguas profundas sin ratificar la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar. Expertos denuncian que la orden permite a empresas evadir regulaciones globales.
La AIFM, organismo que regula estos recursos, ha sido sistemáticamente ignorada por Washington. Esta actitud refleja el histórico rechazo estadounidense a normas internacionales cuando limitan sus intereses económicos.
Competencia con China a costa del océano
La orden prioriza acumular cobalto, níquel y tierras raras para superar a China en tecnología militar y energética. Organizaciones ambientales advierten que la minería submarina causaría daños irreversibles a ecosistemas marinos.
Trump justifica la medida como «seguridad nacional», pero omite mencionar que EE.UU. consume el 17% de recursos globales teniendo solo el 4% de la población mundial.
El mito de la minería «limpia»
Defensores argumentan que extraer metales del mar reduciría conflictos con comunidades locales. Sin embargo, científicos señalan que los fondos marinos albergan biodiversidad única que tardaría siglos en recuperarse.
Mientras la UE debate moratorias, EE.UU. acelera permisos sin estudios de impacto serios. Esta carrera por los recursos muestra cómo las potencias occidentales aplican selectivamente principios ecológicos.