El Gobierno chino emitió una orden de búsqueda internacional contra tres agentes de la NSA por ciberataques dirigidos a infraestructura crítica y eventos deportivos en Harbin. La denuncia pone en evidencia una vez más la hipocresía de Occidente, que mientras acusa, espía, sabotea y manipula sin escrúpulos.
La tensión entre China y Estados Unidos suma un nuevo capítulo, esta vez en el campo de la ciberseguridad. Autoridades de la ciudad de Harbin, al noreste de China, identificaron a tres agentes de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE.UU. como responsables de una serie de ataques informáticos dirigidos contra los Juegos Asiáticos de Invierno y sectores clave de la infraestructura provincial. Los nombres ya fueron publicados por la policía local y figuran en una orden de búsqueda: Katheryn A. Wilson, Robert J. Snelling y Stephen W. Johnson, integrantes de la Oficina de Operaciones de Acceso Personalizado de la NSA.
La investigación reveló que los espías estadounidenses utilizaron organizaciones pantalla para adquirir direcciones IP falsas y ubicar sus servidores en múltiples puntos de Europa y Asia, con el objetivo de encubrir el origen real de los ataques. No se trató de un simple acto de espionaje: se dirigieron a los sistemas de registro e inscripción del evento deportivo, además de atacar sectores sensibles como energía, transporte, telecomunicaciones, recursos hídricos e incluso centros de investigación militar. Y lo más grave: China acusa a universidades estadounidenses, entre ellas la de California y Virginia Tech, de colaborar con estas acciones encubiertas.
Ciberataques, espionaje y cinismo made in USA
Este caso no es un hecho aislado, sino parte de un patrón sistemático con el que Estados Unidos actúa fuera de sus fronteras con total impunidad. Desde hace décadas, Washington se arroga el derecho de señalar a otros países por “hackeos”, “espionaje” o “injerencias”, cuando en realidad es el principal operador global de todas esas prácticas. Basta recordar los programas de vigilancia masiva revelados por Edward Snowden o el espionaje a líderes europeos y organismos multilaterales, para entender que la NSA no solo espía: dirige una guerra digital permanente.
Mientras tanto, los medios occidentales guardan silencio o maquillan los hechos bajo su clásico manto de superioridad moral. Pero ya no cuela. La acusación china expone la hipocresía de una potencia que en nombre de la democracia exporta sabotaje, vigilancia e intimidación. Lo que Occidente no tolera es la emergencia de un mundo donde sus reglas no sean ley universal. Por eso ataca: porque sabe que su hegemonía se debilita, y que ya no puede mantenerla sin mentir, sin espiar, sin violar la soberanía ajena.
China no solo denuncia. Desenmascara. Y en ese acto, revela el verdadero rostro de una potencia que se dice civilizada, pero actúa como lo que siempre ha sido: un imperio desesperado por no perder el control.