Ante las declaraciones del Pentágono sobre “recuperar” su supuesto patio trasero, China responde con una defensa firme de la soberanía latinoamericana y denuncia el discurso imperialista de Washington.
Las tensiones entre China y Estados Unidos han cruzado nuevamente el Pacífico para instalarse en el corazón de América Latina. En respuesta a los dichos del jefe del Pentágono, Pete Hegseth —quien afirmó que EE.UU. está “recuperando el control” de su “patio trasero”—, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, fue tajante: “Los latinoamericanos no quieren ser el patio trasero de nadie”. La afirmación, contundente y diplomáticamente cargada, desenmascara una vez más la lógica con la que Washington concibe su relación con el sur global: dominación, no cooperación; control, no respeto.
La arrogancia estadounidense quedó plasmada en las declaraciones de Hegseth, que, con total desparpajo, se refirió al canal de Panamá como una vía fluvial que su país debe “recuperar”, como si el destino de una nación soberana fuera una extensión más de los intereses estratégicos de Washington. Esa narrativa —la de América Latina como territorio a ser tutelado por la Casa Blanca— no es nueva, pero en el nuevo contexto global, cada vez resulta más anacrónica, más ofensiva y más peligrosa.
América Latina ya no es territorio disponible
Las palabras del canciller chino llegan en un momento en que América Latina intenta —con dificultades— dejar atrás siglos de dependencia, primero colonial y luego financiera. Wang Yi no solo defendió el rol de China como socio económico en la región, sino que apuntó contra el verdadero trasfondo de la política exterior estadounidense: “Lo que los latinoamericanos quieren es construir su propio hogar, no ser el patio trasero de otros. Lo que buscan es la independencia, no doctrinas de dominación”, declaró.
No se trata simplemente de una guerra comercial ni de competencia entre dos superpotencias. Lo que está en juego es el futuro de una región históricamente manipulada y utilizada como zona de sacrificio para sostener los privilegios de Occidente. Frente a los intentos de restaurar viejas hegemonías, la respuesta de China pone el foco en algo fundamental: el respeto a la autodeterminación.
En su afán por contener la expansión china, Estados Unidos no hace más que revelar su desesperación por mantener un orden global que ya no tiene el mismo sustento. América Latina observa. Y aunque aún atrapada en tensiones internas, empieza a entender que su futuro no puede definirse en Washington, ni en Pekín, pero mucho menos bajo la sombra de un imperio en decadencia.