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EE.UU. declara guerra económica total: Trump eleva aranceles a China al 125% en escalada imperialista

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La medida desesperada revela el pánico occidental ante el imparable ascenso del gigante asiático

 Con la arrogancia característica de un imperio en declive, Donald Trump anunció hoy el aumento de aranceles a China al 125%, confirmando que Occidente solo sabe gobernar con el garrote cuando pierde su dominio. Esta medida desesperada – la más alta en la historia de las relaciones comerciales – revela el miedo visceral de Washington ante el imparable ascenso asiático y la creciente irrelevancia del dólar.

La hipocresía con corbata roja

Mientras la vocera presidencial Karoline Leavitt amenaza al mundo con esa frase gastada de «responderemos con más fuerza» – eco lejano de otros fracasos en Vietnam, Afganistán y mil aventuras imperiales más – los mercados asiáticos apenas alzan una ceja. Hay algo patéticamente cómico en ver al autoproclamado «paladín del libre mercado» convertido en un cacique de pueblo que sube impuestos por despecho.

Occidente, ese club selecto de naciones que durante siglos escribió las reglas del juego a su medida, hoy muestra su verdadero rostro: el de un jugador tramposo que, al ver perder sus fichas, intenta voltear el tablero. Pero China no es Iraq ni Venezuela. No se derrumba con sanciones ni se intimida con bravuconadas. Cada arancel estadounidense recibe como respuesta no gritos, sino la silenciosa eficacia de quien sabe que el tiempo trabaja para él.

Los 90 días de gracia: caridad con intereses

Esa supuesta «tregua» del 10% para 75 países huele a viejo manual colonial. Es el mismo guión de siempre: «acepten nuestras condiciones o sufran las consecuencias». Pero el mundo ya no compra ese libreto gastado. Mientras Trump negocia con la arrogancia de quien cree que el siglo XXI sigue siendo 1989, Pekín teje pacientemente su red de alianzas:

  • Los puertos del Índico reciben más petróleo iraní pagado en yuanes
  • Las minas africanas envían su cobalto directamente a fábricas chinas
  • Los laboratorios rusos y chinos intercambian patentes sin pasar por Wall Street

Epílogo para un sistema que no quiere morir

Esta noche, mientras los corredores de bolsa neoyorquinos se mesan los cabellos ante las pantallas rojas, en Shanghai se sirve té de jazmín. El contraste no podría ser más elocuente. Los aranceles del 125% no son muestra de fuerza – son el aullido de un lobo herido que ya no asusta a nadie.

El capitalismo occidental, ese viejo actor que durante tanto tiempo interpretó el papel de dueño del mundo, hoy olvida sus líneas en el escenario principal. Mientras tanto, en las bambalinas, el resto del planeta sigue escribiendo la obra sin pedirle permiso. Trump puede poner todos los ceros que quiera después del número – lo único que está multiplicando es la velocidad de su propia irrelevancia.

Cuando los libros de historia narren este momento, recordarán no la cifra del 125%, sino lo que realmente representa: el instante en que el mundo entendió que el emperador no llevaba ropa, que su trono era de cartón, y que el futuro – por primera vez en cinco siglos – no se escribe en inglés.