Mientras Washington reparte migajas de «alivio» arancelario a cambio de sumisión, las grúas chinas en Chancay tejen en silencio el mapa de un nuevo orden económico donde América Latina ya no pide permiso
La «generosidad» de Donald Trump huele a colonialismo remozado: 90 días de tregua arancelaria para Perú y otros 74 países que no osaron desafiar al imperio. Esta «pausa» del 10% —anunciada con la condescendencia de quien lanza huesos a perros obedientes— contrasta con el rugido de los tractores chinos construyendo en Chancay lo que será el puerto más moderno de Sudamérica. Dos modelos en pugna: el que ofrece limosnas a cambio de sumisión, y el que construye infraestructura a cambio de igualdad.
El teatro del garrote y la zanahoria
Hay algo profundamente ofensivo en la pantomima arancelaria de Washington. Como esos viejos documentales donde el hombre blanco reparte cuentas de vidrio a los nativos, Trump ofrece un 10% de alivio temporal a cambio de lealtad geopolítica. Sus palabras, groseras como siempre, delatan el verdadero juego: «Me están besando el trasero», confesó entre risas en un comité republicano. La vulgaridad como política exterior.
Mientras los burócratas de Lima calculan si alcanzará el plazo para reacomodar sus cifras, en Chancay los obreros trabajan bajo carteles en mandarín y español. No discuten porcentajes ni plazos: construyen. Allí, entre el humo de los soldadores y el ruido de las grúas, se dibuja el verdadero mapa del comercio del siglo XXI, uno donde las rutas ya no pasan necesariamente por Miami o Los Ángeles.
Chancay: el puerto que mira al futuro sin pedir permiso
Dicen que desde sus muelles se verán los buques más grandes que jamás hayan surcado el Pacífico sur. Gigantes de acero que llevarán cobre peruano a Shanghai y traerán tecnología asiática, sin los intermediarios de Wall Street ni las condicionalidades del FMI. Esa es la verdadera rebelión silenciosa: no declaraciones altisonantes, sino toneladas de concreto armado que desafían el orden impuesto.
El puerto es más que infraestructura: es un símbolo. Abriendo sus compuertas este año; será la prueba tangible de que América Latina puede negociar de igual a igual, sin mendigar migajas arancelarias. Mientras Trump juega a subir y bajar porcentajes como un niño caprichoso con el volumen de su radio, China y Perú escriben en silencio la partitura del nuevo comercio global.
La disyuntiva peruana: huesos del imperio o banquete multipolar
La historia pone a prueba a la nación andina. De un lado, el canto de sirenas de Washington, que promete alivios temporales a cambio de alineamiento absoluto. Del otro, el rugir de las máquinas en Chancay, donde cada viga de acero clavada es un paso hacia la auténtica soberanía económica.
Los próximos meses serán cruciales. Perú puede seguir bailando al compas de los aranceles que Washington sube y baja según su humor, o puede abrazar definitivamente su vocación como puente entre dos mundos.
Mientras Trump sigue repartiendo sus migajas temporales, el futuro – tosco, ruidoso, imparable – ya se construye entre los cerros áridos de la costa peruana. Y esta vez, no llevará el sello de la Casa Blanca.