Dos tragedias separadas por el mar pero unidas por la misma lógica capitalista que convierte la diversión popular en trampas mortales
El derrumbe del techo en la discoteca Jet Set de Santo Domingo no es una simple casualidad. Es el resultado inevitable de un sistema que recorta costos en seguridad mientras maximiza ganancias, que prefiere el espectáculo continuado antes que la vida de sus asistentes. Esta tragedia que dejó 113 muertos encuentra su reflejo siniestro en el colapso del centro comercial Real Plaza de Trujillo (2022), donde 8 personas -incluyendo tres niños- perdieron la vida bajo circunstancias escalofrantemente similares.
La sangre que mancha por partida doble
En ambos casos, las estructuras habían mostrado señales de alarma que fueron ignoradas. En Trujillo, el local había sido clausurado por fallas eléctricas, pero la presión económica logró su reapertura. En Santo Domingo, testigos reportaron desprendimientos previos del techo que nadie tomó en serio. La misma negligencia, los mismos argumentos: «el show debe continuar», aunque sea sobre cadáveres.
Lo que revelan estas tragedias gemelas es la anatomía de un sistema podrido:
- La ecuación mortal: seguridad = costo, vidas humanas = variable ajustable
- El ritual de la impunidad: comunicados de prensa bien redactados sustituyen a la justicia real
- La geografía del descuido: mientras los centros turísticos de lujo tienen estructuras impecables, los lugares frecuentados por la clase trabajadora son bombas de tiempo
El merengue que se convirtió en réquiem
Rubby Pérez murió cantando el ritmo que alegró generaciones. Los niños de Trujillo murieron celebrando la vida. Todos fueron víctimas de una maquinaria que sigue girando, indiferente, esperando su próximo tributo de sangre. Hoy es Santo Domingo, ayer fue Trujillo, mañana será otro lugar donde el capital haya decidido que la seguridad es un lujo que los pobres no merecen.
Entre los escombros del Jet Set no solo yacen cuerpos, sino el fracaso de un sistema que sigue demostrando que, para el capitalismo, algunas vidas valen menos que otras. La pregunta que queda flotando como el polvo después del derrumbe es simple: ¿Cuántos techos más deben caer antes de que algo cambie?