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Ecos de una batalla literaria

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Por Edwin Cavello Limas

Pasó hace 20 años en Madrid, pero hasta hoy, el fuego del candente debate todavía no se apaga. El Congreso de Narrativa Peruana celebrado en Madrid en 2005, aquel que pretendía ser una apoteosis de las letras peruanas, devino en un campo de batalla donde se enfrentaron dos visiones del país: la andina y la criolla, la periferia y el centro. Dos mundos que conviven juntos, pero no revueltos.

En mayo del 2005, Mario Vargas Llosa inauguró el evento con una crítica al costumbrismo telúrico, que algunos leyeron como una desautorización de las literaturas regionales. Miguel Gutiérrez respondió en la clausura con una defensa encendida de la pluralidad cultural. Fue un duelo de titanes, pero también un ajuste de cuentas que reveló con crudeza lo que la narrativa oficial suele ocultar: el centralismo literario y la marginación de las voces que vienen del interior del país.

Lo que siguió fue una secuencia de respuestas públicas, artículos cruzados y declaraciones altisonantes. Alonso Cueto, Fernando Ampuero y otros representantes del «establishment» limeño defendieron la calidad como único criterio legítimo. Pero sus argumentos se diluían en el aire frente a una realidad más vasta y dolorosa: la de los escritores de provincia, condenados a la invisibilidad editorial y mediática.

El episodio de la Feria del Libro de Guadalajara, en 2021, fue una reedición de aquel conflicto. La exclusión de figuras como Renato Cisneros o Gabriela Wiener para dar paso a voces emergentes de regiones postergadas generó una nueva tormenta. ¿Justicia poética o revancha política? Lo cierto es que, bajo el pretexto de la calidad, se escondía otra vez el viejo reflejo de la hegemonía limeña.

A veinte años de aquel congreso, el debate entre criollos y andinos sigue latente, como una herida mal cerrada. Pero también es cierto que nuevas voces han irrumpido, desafiando el orden establecido. Editoriales independientes, ferias regionales y plataformas digitales han democratizado el acceso a la palabra escrita.

La literatura, como la política o la historia, es también una lucha por el poder. Quien cuenta el país, lo define. Y mientras esa definición no incluya todas sus voces, seguiremos repitiendo, con distintos acentos, la misma vieja batalla de Madrid.

Mientras no se encienda un nuevo debate, seguiremos siendo testigos de una avalancha de libros que solo imprimen historias de “escritores” mirándose al espejo.