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GUILLERMO GUTIÉRREZ, ANTES QUE TÍO FACTOS, POETA

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De las trincheras literarias de Kloaka al efímero estrellato digital, la vida del intelectual que desafió etiquetas y murió luchando contra un sistema que nunca lo comprendió.

Por: Juan Miguel Ataucuri García

El erudito de la calle
Guillermo siempre fue un tipo que desbordaba conocimientos y nunca desdeñó ningún tema. Podía hablar de literatura con la misma autoridad que de música subterránea, cine o de animes japoneses. En otro momento hablaba de París tal como del jirón Quilca. Era una biblioteca andante, o, mejor dicho, un google humano.

Creíamos que era selvático por su singular acento al hablar, pero no, él era limeño. Siempre nos saludaba con un efusivo abrazo. «Los hermanos» nos llamaba a viva voz mientras subía por las escaleras a nuestra oficina. Vestía como podía, en pleno verano con chompa deshilachada o en invierno con una camiseta desteñida. Estudió Literatura en San Marcos e integró el grupo poético Kloaka, con quien, decía él, no terminó en buenos términos.

Del anonimato a la fama digital
Muchas veces venía a nosotros quejándose de estar desocupado. Un hombre como él pidiendo trabajo de lo que sea, era un desperdicio de talento. Entonces se resignó a vender su copiosa biblioteca en la avenida Alfonso Ugarte. Hasta que lo descubrieron en tik tok comentando con maestría libros de las librerías del jirón Quilca.

En pocas semanas cambió su vida, en un canal de youtube llamó la atención su estilo desfachatado y a la vez magistral para hablar sobre cualquier tema que quisiera la gente saber. Así se convirtió en el famoso Tío factos. Pero sus admiradores nunca supieron de dónde había salido, quién era o qué estudió.

El poeta maldito
Guillermo Gutiérrez fue un poeta de sangre especial, contundente y bilioso. Publicó apenas tres cortos poemarios. Gracias a sus amigos Alfonso Torres y Rodolfo Milla, se imprimió en edición limitada La muerte de Raúl Romero e Infierno iluminado. Los prólogos de ambos libros advierten que no son simples poemarios, que pueden ser chocantes para quien no está preparado leer un lenguaje escatológico con trama visionaria y de desquite contra el sistema putrefacto que nos gobierna.

Como dijo Gonzalo Portals, «La voz de Gutiérrez es una escrófula que reincide una y otra vez en el desiderátum de la forma indebida, hecha de macrobacterias atípicas para el conglomerado poético nacional…» Es por eso, que la imagen del Tío factos debe verse con el respeto debido, no era un loco ni un irreverente porque sí. Todo lo que decía tenía un porqué. Eso no lo entendieron los propietarios del canal streaming La Roro Network.

El abandono final
Guillermo, se quejó que lo habían boicoteado. En un mensaje inbox de Facebook nos dijo: «Las cosas como son y acá no hay casualidades. Como La Roro ya es empresa, han jugado con sus criterios torpes empresariales. No valoraron el programa… Me ha provocado un fuerte ataque de depresión, no pánico ni ansiedad, pero sí angustia. Lo resuelvo yendo a vender libros en la calle y hablar huevadas… humillado y llorón o compungido no me van a ver, aunque no coma. Aré en el mar…»

Lo curioso es que, tras anunciar la muerte de Guillermo Gutiérrez, La Roro lamentó profundamente su pérdida y expresó por todos los medios «su pesar por la partida de uno de sus miembros más queridos». No se puede ser más hipócrita, si ya lo habían expectorado. Y ni siquiera se preguntaron qué pasaría con él. Fueron otros amigos quienes en la morgue evitaron que su cuerpo, en principio marcado como N.N., vaya a una fosa común, Mary Soto, Edián Novoa y Rodolfo Ibarra, lograron salvarlo de tal infamia.

Guillermo Gutiérrez Lymha, tenía 66 años. Vivía acompañado de sus libros, su vieja PC y un perro. No tenía familia, apenas una tía que muy pocas veces vio. Sus amigos fueron muy pocos, para serlo había que entender que era un loco poeta rascándole migajas a su pobreza, soportar su erudición que nos sobrepasaba hasta dejarnos mudos y respetar los momentos cuando su espíritu se rebelaba salvajemente contra el mundo.