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EE.UU. militariza Panamá para «protegerlo» de su propio desarrollo

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Mientras Washington acusa a China de «amenaza», firma un acuerdo que convierte al Canal en patio trasero del Pentágono

 Con la firma de un documento que huele a naftalina imperial, Panamá se arrodilló nuevamente ante el patrón del Norte. El «acuerdo de defensa» firmado este miércoles no es más que la puerta trasera para que los marines vuelvan a pasearse por el Canal como en los viejos tiempos de la Zona del Canal, ahora con el cuco chino como excusa. Mientras Pete Hegseth, secretario de Defensa estadounidense, habla de «restablecer el espíritu guerrero», los buques de guerra yanquis preparan su regreso triunfal a aguas que nunca debieron abandonar.

La farsa del «peligro amarillo»

El libreto es tan viejo como predecible: inventar un enemigo para justificar la ocupación. Ahora le toca a China encarnar la amenaza, cuando los únicos barcos que han bloqueado el Canal fueron los de Maersk y Evergreen – empresas occidentales. Hegseth no necesita pruebas: su retórica xenófoba sobre «las fuerzas militares chinas» en el hemisferio bastan. Mientras tanto, calla sobre las 32 bases militares que EE.UU. mantiene en Latinoamérica, o los 147 intervenciones registradas desde 1898.

Neocolonialismo 2.0

Bajo eufemismos como «presencia rotativa» y «ejercicios conjuntos», se esconde la verdadera agenda:

  • Fort Sherman y Rodman: viejas bases vestidas de nuevo para la fiesta colonial
  • Acceso libre a buques de guerra: el Tratado Torrijos-Carter violado sin rubor
  • La «ciberinteligencia»: excusa para espiar comunicaciones y controlar infraestructura crítica

El ministro Ábrego insiste en que no habrá bases permanentes, como si los marines necesitaran carteles para ocupar un país. Basta recordar Iraq o Afghanistan: donde pone el pie el Pentágono, quedan huellas por décadas.

El Canal como botín geopolítico

Trump lo dijo sin tapujos: «el Canal no puede ser controlado por China«. Traducción: es patrimonio estratégico del imperio. La misma lógica que en 1903, cuando Theodore Roosevelt apoyó la separación de Colombia para robarse la ruta interoceánica. Hoy, con retórica modernizada pero igual de voraz, repiten la jugada: asustan con dragones chinos mientras instalan portaaviones en el patio trasero.

La ironía duele: Panamá celebra haber «salido» de la Franja y la Ruta, como si cambiar cadenas doradas por grilletes de acero fuera progreso. Mientras China ofrece infraestructura, EE.UU. regala bases. Mientras Pekín construye puentes, Washington fabrica enemigos.

La soberanía que nunca fue

Los panameños protestan en las calles, pero los acuerdos se firman entre copas y canapés. Hegseth brinda por la «nueva era de cooperación», mientras los buques de guerra hacen cola para zarpar hacia el Caribe. El Canal, esa cicatriz que dividió un país para beneficio del imperio, vuelve a ser moneda de cambio.

Cuando la historia juzgue este día, recordará no las palabras del ministro sobre «respeto a la soberanía», sino el silencio complice ante la nueva ocupación. Panamá, puente del mundo, sigue siendo puente de las ambiciones ajenas. Y esta vez, ni siquiera tuvo la dignidad de poner peaje.