En Otro Lenguaje
Por: Jaime Asián Domínguez (*)
Con toda razón, desde diversos sectores repudian el ataque del sábado a la presidenta Dina Boluarte en Ayacucho y la pregunta que se cae de madura es: ¿Qué está pasando (o qué no está pasando) con la seguridad en el país? La mandataria, ciertamente, sigue en deuda con la población y las encuestas son claras al respecto, sin embargo, jalonearla de los cabellos y zarandearla se configura como un atentado al cargo de jefe del Estado, llámese como se llame, sea hombre o sea mujer quien lo ocupe.
Si ni siquiera podemos proteger a la primera autoridad de la República (repito, se trate de Perico el de los palotes o Juan Pérez), entonces estamos graves. Quiere decir que la inseguridad ya copó todos los niveles y que algunos efectivos de nuestra sacrificada Policía Nacional andan con la boca abierta. Aquí hubo un descuido imperdonable que pudo traer consecuencias fatales y el primer baldazo de agua helada debe ser para el tembleque ministro del Interior, Víctor Torres Falcón.
Es válido -y hay que decirlo- reclamar justicia cuando se entiende que a alguien se le pasó la mano durante la protesta contra el gobierno luego del golpe de Pedro Castillo, pero las señoras de marras no pueden cobrar venganza con sus propias manos en las narices de la escolta presidencial. Las dos cosas muy mal: el arrebato de las ciudadanas ayacuchanas comprometidas y la parsimonia de los efectivos encargados de cuidar la integridad de Dina Boluarte.
Alguien ha dicho que vamos camino a parecernos a Ecuador, donde el crimen organizado hace tambalear al poder político y, recordemos, hasta mataron a un candidato a la Presidencia de República y, recientemente, a uno de los principales fiscales anticorrupción que caminaba sin ningún escolta. Yo creo que no nos parecemos, ya somos iguales.