Verdad y voluntad
Publicado el 29/08/2025
Hay palabras que los poderosos temen más que las balas: verdad y voluntad. No porque las desconozcan, sino porque las administran. En el Perú, lo sabemos: quienes gobiernan no temen la mentira, la producen. Temen a la verdad porque desnuda el mecanismo entero; temen a la voluntad porque incendia las calles.
Lo vemos hoy: Dina Boluarte no gobierna; administra la crisis, ejecuta el guion de los que financian su permanencia. Un régimen sostenido sobre cadáveres, gas lacrimógeno y conferencias de prensa huecas. Pero Dina no es causa, es síntoma. El problema es más antiguo, más profundo: una élite que cree que el Perú es su hacienda, que la verdad es una variable de marketing, que la voluntad popular puede ser convertida en estadística.

El relativismo les conviene. Nos enseñaron que «cada uno tiene su verdad», que todo es «interpretación», que «no hay absolutos». Falso. No es filosofía, es estrategia. Byung-Chul Han lo resume con precisión quirúrgica: “La desaparición de la verdad es funcional al poder, porque donde no hay verdad tampoco hay resistencia” (Han, Infocracia, 2021). Si todo es opinión, nadie muere por defender nada. Si la verdad no existe, tampoco existe el crimen.
Por eso la Biblia no negocia con eufemismos: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32).No dice: “su” verdad, sino la verdad. Absoluta. Colectiva. Radical. La que incomoda, la que desarma imperios, la que crucifica a los profetas. Jesús no fue ejecutado por hablar de amor; fue ejecutado porque denunció la mentira estructural del poder, porque mostró que el Reino no era una metáfora sino otro sistema político y económico real.

Hoy la clase política peruana teme exactamente lo mismo: que los pueblos despierten a la conciencia de que la voluntad organizada es más fuerte que cualquier “mercado”. La voluntad, decía Aristóteles, es “el deseo deliberado de un fin” (Ética a Nicómaco, 1111b). Pero en el Perú nos han amputado la voluntad colectiva, reduciéndonos a consumidores, a espectadores, a memes.
La manipulación es precisa: te dicen que “el Perú está polarizado”, que “hay que reconciliarnos”, que “todas las partes son culpables”. Mentira. No es polarización: es saqueo. No es reconciliación: es anestesia. No son “todas las partes”: es un bloque de poder financiero y mediático blindando a sus títeres. Dina Boluarte es útil porque firma. El Congreso es útil porque obedece. Los medios son útiles porque mienten.
El oxímoron nacional es brutal: un país con oro, cobre y litio, gobernado por una economía de mendigos. Una república fundada en nombre del pueblo, pero administrada contra el pueblo. José Carlos Mariátegui lo vio hace un siglo: “El problema del Perú es la falsedad de sus élites” (Siete Ensayos, 1928). Falsedad, no incapacidad: saben muy bien lo que hacen, y lo hacen para seguir sangrando el país.
Pero hay otra verdad, más profunda: la verdad nunca está neutral. Como escribió Žižek: “La verdad no está en el medio, está en el extremo que incomoda” (Living in the End Times, 2010). La verdad no se negocia con encuestas ni se mide en trending topics. La verdad incomoda, porque rompe la comodidad.
Por eso el Evangelio es dinamita. Isaías grita: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal!” (Is 5,20).

En el Perú, los que asesinan campesinos los llaman “vándalos”. Los que entregan el gas y el litio al extranjero se autodenominan “patriotas”. Los que saquean el Estado en nombre del “libre mercado” se presentan como salvadores de la democracia. Son ellos, los que “llaman bien al mal”. Y nosotros seguimos esperando el milagro.
Pero la verdad, para que sea fuerza política, necesita voluntad. Sin voluntad, la verdad se convierte en diagnóstico impotente, en tesis de biblioteca, en hashtag moral. La voluntad es la que incendia carreteras, la que paraliza minas, la que multiplica un voto en un millón. Como escribió César Vallejo: “Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor en el mundo” (España, aparta de mí este cáliz, 1939).
El dolor, cuando no se organiza, se pudre. Pero cuando se convierte en voluntad, cambia la historia. No lo olvidemos: el Perú no es víctima de una fatalidad, es rehén de una minoría. Y un rehén, tarde o temprano, decide morder la cuerda.
Los poderosos lo saben. Por eso necesitan la mentira. Por eso nos fragmentan, nos intoxican, nos hacen discutir sobre banderas y no sobre presupuestos, sobre identidades y no sobre litio, sobre símbolos y no sobre poder. Pero debajo de todo, la verdad sigue palpitando, ardiendo, esperando.
No hay neutralidad posible: o decidimos que la verdad sea arma o aceptamos vivir desarmados. O la voluntad se organiza, o nos la secuestran. El tiempo de la contemplación terminó.
Continuará….