Trump está cambiando la corrupción y haciéndola más peligrosa
Publicado el 15/08/2025
El título de esta nota reproduce una parte del correspondiente a un artículo publicado en la revista Foreign Affairs del 6 de agosto de 2025. El autor es Michael Johnston quien es Profesor Emérito Charles A. Dana de Ciencias Políticas en la Universidad Colgate. Asimismo, es autor de los siguientes libros: Síndromes de Corrupción (2005) y Riqueza, Poder y Democracia (2005).
La idea clave de Johnston es que lo más preocupante no es una decisión individual ni un cambio en la frecuencia de la corrupción. Se trata de una modificación en el tipo de corrupción visible en los niveles más altos del gobierno estadounidense. Lo anterior, en un momento en que las barreras institucionales de EEUU se están erosionando.
Asimismo, el Pdte. Trump ha adoptado un estilo de gobierno en el que el poder fluye directamente de un solo líder, lo que crea oportunidades para que acuerdos personales impulsen las decisiones oficiales. Este tipo de corrupción amenaza los procesos políticos y económicos y, con el tiempo, puede convertirse en parte integral del funcionamiento de todo el sistema, haciéndolo altamente resistente a las reformas.
Experiencia reciente
Según Johnston, ya sea lanzando esquemas de criptomonedas, aceptando un jumbo catarí o indultando a familiares de importantes donantes, el Pdte. Trump ha recibido frecuentes acusaciones de corrupción en los primeros meses de su segundo mandato. Cada caso de corrupción plantea serias preocupaciones sobre abuso de autoridad, gobernanza antidemocrática o influencia extranjera.
Hasta hace poco, EEUU, como la mayoría de las demás democracias de mercado, no sufría excesivamente de corrupción. Medidas como la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero de 1977, que prohíbe a los ciudadanos y empresas estadounidenses sobornar a funcionarios extranjeros (y cuya aplicación la administración Trump ha anunciado planes para reducir), convirtieron a Washington en un líder mundial en anticorrupción.
Sin embargo, esa buena reputación estaba decayendo incluso antes de que Trump asumiera el cargo por segunda vez. En el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional en 2014, EEUU empató (con Barbados, Hong Kong e Irlanda) en el 17º lugar entre los más limpios de 173 países, con una puntuación de 74 sobre 100. Para 2024, EEUU había descendido en la clasificación. Con una puntuación de tan solo 65, empató con Bahamas en el puesto 28.
Definiciones
Johnston anota que la corrupción es el abuso de funciones y recursos públicos para beneficio privado. Asimismo, sus manifestaciones varían ampliamente. Las sociedades y los sistemas políticos se construyen de forma diferente, con distintos factores que facilitan y frenan las prácticas corruptas.
Sin embargo, es posible clasificar las fuentes de corrupción en cuatro tipos: mercados de influencia, cárteles de élite, oligarcas y clanes, y magnates oficiales. Las categorías no son fijas, y existe una gran variación entre los países donde operan y dentro de ellos.
Algunas formas de corrupción facilitan la violencia, mientras que otras pueden ser una alternativa a ella. Algunas perturban gravemente el desarrollo económico y político, mientras que otras fortalecen alianzas entre élites que pueden facilitar un rápido crecimiento. Algunas implican ceder influencia sobre decisiones específicas, mientras que otras suponen la captura total del Estado.
Historia reciente EEUU
Históricamente, según Johnston, la corrupción en EEUU se ha dado principalmente en el mercado de influencias, un sistema en el que la influencia y el acceso políticos son bienes comercializables. Esta forma de corrupción se encuentra típicamente en sociedades con economías maduras y una política abierta. Las instituciones sólidas previenen la captura del Estado, pero también hacen que valga la pena pagar por la influencia.
En EEUU, el cabildeo y la mayoría de las contribuciones a campañas son legales. Países como Bulgaria, Portugal y Eslovaquia tampoco imponen restricciones legales al cabildeo. Muchos otros mantienen registros de cabildeo para mejorar la transparencia; algunos (como Dinamarca, Alemania y Suecia) exigen que los grupos se registren y otros, como Israel, no.
Dado que todos estos sistemas dan cabida a intereses organizados y bien financiados, el soborno directo suele ser innecesario. Pero la corrupción legal sigue siendo corrupción, ya que los intereses económicos pueden excluir a los ciudadanos de las decisiones que afectan sus vidas.
Un resultado puede ser la captura regulatoria, en la que las corporaciones, al contribuir a las campañas de los legisladores, ganan influencia sobre quienes redactan las políticas que afectan a sus industrias y supervisan a las agencias que las aplican. El resentimiento público ante estas actividades puede alimentar las quejas populares y ayudar a los partidos políticos antisistema a ganar terreno.
Cártel de élite
Según Johnston en países con instituciones moderadamente sólidas, que a menudo se encuentran en proceso de liberalización o reforma, puede surgir un tipo diferente de corrupción: el cártel de élite. Redes de actores poderosos de los sectores empresarial, militar, político y mediático se confabulan para moldear las agendas gubernamentales tras bambalinas y repartirse los beneficios de su corrupción.
En Corea del Sur, la presidencia ha sido con frecuencia un centro de intercambio de grandes pagos de Chaebols (conglomerados familiares). En Italia, los partidos políticos compiten ostensiblemente entre sí, pero en la práctica suelen trabajar en coaliciones o coludirse para repartir contratos de obras públicas y empleos clientelares. Y en Argentina, las alianzas entre líderes empresariales, gobernadores estatales y operadores políticos han participado en la compra de votos y se han beneficiado de planes de nacionalización, privatización o de manipulación monetaria.
Los cárteles de élite suelen eliminar a los competidores políticos y económicos y pueden generar suficiente estabilidad para atraer inversiones. Pero esa estabilidad persiste solo hasta que deja de hacerlo; las coaliciones de élite complejas y ad hoc pueden tener un desempeño deficiente durante las crisis o incluso desencadenarlas.
Oligarcas y clanes
Una forma menos estable y más disruptiva de corrupción de élite surge en lugares con instituciones muy débiles y que experimentan rápidos cambios políticos comenta Johnston. Con grandes beneficios políticos y económicos a su disposición, los oligarcas y los clanes se apropian del poder y la riqueza mediante el soborno, la privatización, la manipulación del poder judicial y, en ocasiones, la violencia.
Compiten y se enfrentan entre sí para mantenerse en el poder, sobornar a sus seguidores y defender sus logros. La inseguridad es generalizada, obstaculiza el desarrollo político y económico e intimida a la sociedad civil. Facciones abiertamente criminales, como las mafias o los cárteles de la droga, pueden asumir el control de la policía, la aplicación de la ley y de los contratos, y otras funciones que, de otro modo, serían responsabilidad del gobierno.
Corrupción legal
En otros países con instituciones muy débiles, se desarrolla una forma diferente de corrupción: el magnate oficial. La política y la toma de decisiones están dominadas por un solo individuo, familia o junta. La acumulación y el ejercicio del poder dependen de la influencia personal más que de los roles y las autoridades oficiales.
Estos líderes se apropian de los beneficios de la corrupción no solo para sí mismos, sino también para recompensar a sus leales. Cualquier recurso, como los fondos de seguridad social y la inversión extranjera directa, los ingresos de la extracción de minerales y energía, los gastos de adquisición militar y la ayuda al desarrollo, puede ser desviado con impunidad.
La extensa corrupción inherente a un sistema de este tipo inflige graves daños al desarrollo económico y político, al igual que en un sistema dominado por oligarcas. Sin embargo, no genera tanta violencia ni inseguridad, porque hay pocas oportunidades para que las instituciones debilitadas y los grupos de oposición cuestionen el poder del líder dominante.
Trump
Putin y Bukele personifican el anterior tipo de corrupción. Pero la dinámica de poder que la define es cada vez más visible en el nuevo estilo de corrupción estadounidense bajo Trump. Él ha convertido su marca personal en negocios, firmando acuerdos de licencia opacos con empresas que venden mercancía etiquetada con su nombre, señala Johnston.
En un caso que involucra su autoridad oficial como presidente, Trump emitió un indulto al hijo de un importante donante que había asistido a un evento de recaudación de fondos (con una entrada de US$ 1 millón) solo unas semanas antes. Los acuerdos personales se han convertido en una característica de las relaciones exteriores de EEUU. El gobierno vietnamita, por ejemplo, aprobó un proyecto inmobiliario de US$ 1.5 mil millones que involucraba a la Organización Trump poco antes de que el país iniciara negociaciones comerciales con la administración estadounidense.
En lugar de utilizar los canales institucionales tradicionales para buscar influencia explícita en las políticas, buscan favores personales y demuestran lealtad al propio presidente. A su vez, Trump utiliza el poder de su cargo no solo para enriquecerse, sino también para consolidar su posición como único responsable de la toma de decisiones, buscando un grado de dominio personal sin precedentes en la política estadounidense.
EEUU ya ha visto a sus presidentes manchados por la corrupción, pero ninguno de estos episodios los involucró directamente. Y cuando presidentes más recientes se han visto envueltos en escándalos por abusos de poder, se han enfrentado a una oposición significativa, como con Nixon y Clinton.
Límites y amenazas
Johnston señala que el estilo de corrupción de Trump no transformará a EEUU de la noche a la mañana. En los gobiernos estatales y locales, el sistema sigue funcionando como antes. Sin embargo, la forma de corrupción que ha exhibido podría tener un efecto igualmente perjudicial en las normas y prácticas democráticas a nivel nacional. Además, expone a EEUU a influencias nocivas del exterior.
Cuando la corrupción se convierte en parte integral de la toma de decisiones de un líder político (o concede favores y reprime a sus oponentes para afianzar su control del poder), las tácticas más habituales, a menudo centradas en combatir el soborno, son insuficientes para contenerla. Aprobar leyes, mejorar los sistemas administrativos y convocar manifestaciones públicas resulta insuficiente si la ley y el control administrativo están en manos de actores corruptos, y la sociedad civil y las fuerzas de oposición son ineficaces.
Soluciones difíciles
EEUU está lejos de alcanzar una situación dramática, pero las barreras diseñadas para controlar la corrupción y la excesiva concentración de poder se están debilitando. Un líder solo puede ejercer autoridad personal como el Pdte. Trump en ausencia de fuertes restricciones políticas. Sin embargo, para que las normas constitucionales signifiquen algo, los poderes legislativo y judicial deben defenderlas y hacerlas cumplir.
Hasta ahora, los aliados de Trump en el Congreso han abdicado casi por completo de esta función, y aunque tribunales inferiores han emitido mandatos judiciales contra algunas de las acciones y políticas de la administración, la Corte Suprema ha encontrado repetidamente maneras de expandir el poder ejecutivo.
Johnston finaliza señalando que, dado que la corrupción en las altas esferas y la erosión de las restricciones democráticas se refuerzan mutuamente, combatir el abuso de autoridad presidencial se volverá cada vez más difícil. Depende de los líderes legislativos y judiciales, las agencias ejecutivas, los gobiernos estatales y locales, y las instituciones privadas resistir las tácticas de presión de Trump. Quienes son objeto de las demandas de Trump deben defenderse enérgicamente, y las universidades deben desafiar las exigencias oficiales.