Álvaro

Álvaro Arauco

Opinión

Politólogo y director del canal “Choque de Poder”

¿Soberanía? Bien gracias: Perú entre el Tío Sam, Xi Jinping y los caviares globalistas

Publicado el 30/03/2025

En el tablero geopolítico del siglo XXI, el Perú no es jugador, ni siquiera banca: es una ficha secundaria, movida por manos ajenas, sin estrategia ni visión. Mientras las grandes potencias rediseñan sus rutas de poder —energía, tecnología, inteligencia artificial y defensa—, nosotros seguimos atrapados en el mismo bucle tercermundista de siempre: exportar lo bruto, importar lo valioso, y aplaudir con entusiasmo cualquier migaja que venga de afuera, siempre y cuando venga envuelta en un discurso “inclusivo”.

Nuestra crisis no es solo política o económica, es, ante todo, una crisis de soberanía... o de autoestima nacional, para decirlo más claro. Porque hace tiempo que dejamos de gobernarnos a nosotros mismos. Hoy estamos arrinconados entre tres grandes fuerzas que nos moldean a su antojo: el intervencionismo ideológico de Estados Unidos, la expansión comercial milimétrica de China, y la hegemonía académica de los llamados “caviares globalistas”.

Por el lado gringo, hay que reconocer que saben hacer las cosas: antes de que Trump sacara a pasear la “Motosierra”, Estados Unidos venía operando como un padrino moralista, financiando reformas judiciales, campañas electorales, ONGs y medios alineados con su agenda, todo bajo el disfraz de “cooperación democrática”. A través de organismos como USAID, NED o embajadas con vocación de influencers, se fue instalando una red de influencia que, en nombre de los derechos humanos, nos vendió un paquete completo: progresismo, género, ambientalismo climático, interseccionalidad, y una culpa colonial más lamentable que nuestro fútbol. ¿Alguien ha revisado cuántos proyectos apadrina la USAID o la NED en el Perú? Spoiler: muchos de ellos tienen más banderas arcoíris que la facultad de Sociales en la PUCP. Lo que se anunciaba como fortalecimiento institucional, terminó siendo una colonización ideológica, pero con una buena redacción y logo institucional.

Mientras tanto, en el otro extremo del planeta, el dragón chino no necesitó de discursos. Simplemente vino, compró y se fue. Hoy China controla el puerto de Chancay, parte del sistema eléctrico nacional, grandes yacimientos mineros y flotas pesqueras que hacen ceviche en nuestras narices. A cambio, nos da créditos blandos, carreteras a medio acabar y productos baratos de Temu. Pero eso sí: sin suficiente transferencia tecnológica, sin cadenas industriales peruanas, sin empleo calificado, ni visión compartida de desarrollo: Exportamos cobre en bruto e importamos cableados eléctricos de cobre.

Y como si el combo no estuviera completo, tenemos en casa a los “caviares”, nuestros fieles promotores del entreguismo con léxico elevado. Herederos del progresismo wilsoniano, estos burócratas con posgrado y moral selectiva han convertido la política peruana en un show académico donde todo debe estar alineado con los lineamientos de la ONU o alguna universidad gringa de la “Ivy League”. Desde sus escritorios en ONGs, consultoras o think tanks autofinanciadas, redactan políticas públicas que suenan espectaculares en Ginebra, pero no sirven ni para arreglar el caos del Metropolitano. Hablan de ciudadanía global, inclusión interseccional y justicia climática, mientras que el 60% de los jóvenes peruanos solo buscan un empleo que pague el almuerzo. ¿Resultado? 600 mil peruanos se fueron del país en 2024.

El producto final de todo este tutelaje —gringo, chino y caviar— es un país que produce cobre, pero casi ni fabrica alambres; que gana medallas en matemáticas, pero manda a sus talentos a manejar Uber; que privatiza su infraestructura crítica sin condiciones de soberanía, permitiendo que sus puertos y recursos naturales sean administrados como si fueran parte de una licitación internacional. La dependencia no es solo económica: es tecnológica, alimentaria, cultural e incluso simbólica. Y sin industria, sin defensa fuerte, sin sistema educativo orientado al desarrollo, seguimos siendo lo que siempre fuimos: un país bananero.

¿Y las fronteras? Bueno, ni hablar. Gracias al enfoque “humanitario” y al miedo crónico a que nos tilden de xenófobos, el Perú adoptó una política migratoria tan laxa como ingenua, que permitió el ingreso masivo de redes criminales, entre ellas, joyitas como el Tren de Aragua. Hoy vemos cómo el crimen organizado se adueña de calles, mercados, regiones completas, mientras nuestras élites repiten populismo barato para acallar a la población.

La soberanía no es una antigüedad ideológica, ni una nostalgia militar. Es, simplemente, el derecho básico a decidir tu destino. Sin soberanía, no hay estrategia nacional; sin estrategia, no hay desarrollo posible. No se trata de volver al proteccionismo ciego, sino de aprender a negociar con inteligencia. Corea del Sur, Taiwán, Vietnam: todos ellos entendieron que el desarrollo solo es posible con planificación, libre mercado, talento nacional y poder. Sí, PODER. Palabra incómoda para los que creen que gobernar es obedecer palabras bonitas de internacionalistas.

El Perú necesita dejar de pedir permiso para existir. Necesita una generación que reemplace la condescendencia ajena por dignidad propia, que mire al mundo sin servilismo, que entienda que el verdadero progreso no se mide en cuotas de ONGs, sino en fábricas, ciencia, tecnología y empleo de calidad. Ya basta de ser una chacra con bandera; o peor: una exótica sala de exposición para intereses ajenos.

Tenemos historia, talento y recursos. Lo único que nos falta es CARÁCTER. Y, sobre todo, coraje para cortar el cordón umbilical con quienes nos quieren dependientes para siempre.